EL EDITORIAL
Tengo los mejores recuerdos de don Fulgencio Egea Abelenda, mi profesor de Filosofía cuando estudiaba 6º de bachillerato, durante el curso 1959/60; entre otros motivos porque explicar una nueva asignatura, con tan sugestivo nombre, imprimía una aureola especial al ponente.
Tengo los mejores recuerdos de don Fulgencio Egea Abelenda, mi profesor de Filosofía cuando estudiaba 6º de bachillerato, durante el curso 1959/60; entre otros motivos porque explicar una nueva asignatura, con tan sugestivo nombre, imprimía una aureola especial al ponente.
Don Fulgencio fue generoso conmigo; por una parte premió mis escasos conocimientos de la asignatura con una calificación final de “sobresaliente”; por otra parte aumentó mi frágil autoestima pronosticando que, cuando corrigiera algunos defectos en mi estilo, “sería un buen escritor”; a la vista está que, en su vaticinio, fracasó estrepitosamente.
En esa época editábamos en el Instituto una revistilla llamada “Actividad juvenil”, de la que creo que se publicaron no más de cuatro o cinco números.
En cierta ocasión escribí un editorial, dedicado al viaje que habíamos efectuado a Antequera para conocer sus muchos tesoros artísticos en forma de iglesias y conventos. Al final del escrito, estampé –orgullosamente- mi nombre y mis dos apellidos
Don Fulgencio, que actuaba como asesor literario, o coordinador, o algo parecido de la revista, al recibir mi trabajo me reconvino diciéndome que un editorial no debía firmarse. Creo que al ver mi gesto de decepción ante la perspectiva de quedarme en total anonimato, quiso arreglar el asunto y me reconfortó con la promesa de identificarme con mis iniciales.
Así, apuntó al pie del escrito “C” (de Carlos), “N”(de Navarrete), “T” (de Trigueros). Pero…al ver el conjunto de las tres letras mayúsculas, las tachó con una rapidez y una decisión extraordinarias y, con extraño talante, me dijo:
-“Bueno, todas las normas tienen excepciones y, en esta ocasión, vamos a dejar en el editorial su firma completa”.
Tardé bastante tiempo en entender el comportamiento y la reacción de don Fulgencio; era un tiempo en el que los jóvenes españoles no conocíamos más política que la impartida en las clases de “Formación de espíritu nacional”.
La verdad es que, en 1959, en una revista del Instituto malagueño, un artículo firmado por CNT hubiera ocasionado un verdadero escándalo.