viernes, 4 de octubre de 2013

DON FULGENCIO EGEA ABELENDA (1900-1961)




En una entrevista realizada al doctor Pedro Sánchez García (n. 1930), catedrático jubilado de Farmacología en la Universidad Autónoma de Madrid, publicada el 4 de marzo de este año, recordaba con cariño a los dos profesores que un mayor impacto habían ejercido en su vida desde que estudiaba el bachillerato en el Instituto de Ávila.  Decía de don Fulgencio: “un filósofo que utilizaba el método aristotélico y nos daba clase paseando por el campo”. En el mismo sentido se pronunció mi compañero de curso Valeriano Claros Guerra en el debate que se suscitó en la Mesa redonda celebrada el 19 de mayo de 2011 con el título “Los alumnos del Instituto, un legado de futuro” dentro de los actos conmemorativos del 50 aniversario del Instituto de Martiricos. Es significativo que el referente más comunmente utilizado tenga que ver con un mero formalismo, simpático, pero nada más. Carlos Navarrete Trigueros, de dos cursos posteriores al nuestro, le recordaba con cariño en este mismo blog y nos contaba una amable anécdota personal.

Estoy plenamente convencido que su peripatetismo –desde luego su pensamiento nada tenía que ver con la rancia neoescolástica española de los siglos XIX y XX- no traspasaba el limitado territorio de lo formal que al parecer cultivó desde el comienzo de su actividad docente. No soy tan atrevido como para tratar de enmarcar a don Fulgencio dentro de una corriente filosófica concreta, entre otras razones porque me faltan fuentes en las que apoyarme. Desgraciadamente no conservo los apuntes de aquel espléndido curso monográfico sobre “La familia” que nos impartió en Preuniversitario. Se los presté a un compañero que realizó la prueba de madurez en la convocatoria de septiembre y como suele ocurrir en estos casos no adquirió un billete de ida y vuelta. ¡Con cuanto interés habría hecho su relectura después de tantos años y desde la madurez adquirida! Basándome exclusivamente en mis recuerdos he llegado a la convicción que en la preparación de este curso don Fulgencio se desentendió de las recomentaciones ministeriales y en lugar de usar el libro La familia según el derecho natural y cristiano del cardenal Isidro Gomá y Tomás, cuya primera edición era de 1926 y la sexta de 1952, manejó, entre otros sin duda, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado de Friedrich Engels. Las referencias a la familia sindiásmica no dejan lugar a dudas y no debemos olvidar que era un gran conocedor de la filosofía alemena contemporánea y había sido prologuista y traductor de obras de Arthur Schopenhauer (Sobre filosofía y su método, Sobre lógica y dialéctica, Pensamientos sobre inteligencia general, La oposición de la cosa en si y el fenómeno, Contribución a la ética, Sobre lectura y libros y algunos versos)

Hay que lamentar que don Fulgencio Egea sea un gran desconocido para los malagueños/as y posiblemente sus alumnos/as le recurden sólo por ser “aquel pintoresco profesor que nos llevaba al puerto o al parque” para impartirnos alguna clase. Desde luego fuimos muchos los que estuvimos cerca de él aquella triste mañana de diciembre de 1961. Para reparar en lo posible esta carencia de información sobre su persona me decido a escribir esta nota biográfica que al menos permitirá entender algo mejor su actividad docente y como pequeño pago a una deuda enorme de gratitud que mantengo. Gracias, porque me invitastes a pensar de otra manera. Lo más hermoso que un discípulo puede decir de su maestro.
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Don Fulgencio Egea Abelenda había nacido el 21 de agosto de 1900 en El Ferrol (A Coruña). Estudió Filosofía y Letras (sección Filosofía) en la Universidad Complutense obteniendo en 1921 el premio extraordinario de licenciatura en dicha sección y en 1926 el premio extraordinario de doctorado. El 7 de febrero de 1930 obtuvo la cátedra de Filosofía y fue destinado al Instituto de La Laguna, del que fue nombrado secretario en 1931. En 1933 la Junta de Ampliación de Estudios lo consideró como pensionado para desplazarse cinco meses a Alemania, si bien hubo de pagarse la estancia. El 30 de abril de 1937, siendo además ayudante en la cátedra de Filosofía en la Universidad de La Laguna, fue acusado por la Comisión Depuradora de Tenerife de apoyar al Frente Popular y ser miembro del Socorro Rojo, siendo sometido a un proceso de depuración que se resolvió con la separación definitiva del servicio e inhabilitación para ocupar cargos directivos y de confianza. En enero de 1940 presentó un recurso por el que fue aminorado con un traslado forzoso y mantenimiento de la inhabilitación. Pasó a desempeñar la cátedra de Filosofía en el Instituto de Ávila. Entre 1950 y 1954 estuvo destinado en el Instituto de Aranda de Duero y en enero de 1953 le fue cancelada la sanción de inhabilitación que pesaba sobre él. En 1954 en virtud de concurso de traslado se incorporó al Instituto femenino de Málaga y en 1957, tras nuevo traslado, pasó al masculino. Cuando se produce su traslado a Málaga estaba ya separado de su mujer doña Rosario Rico Martí, que residía en Madrid con una hija, y vivía con su madre Dolores Abelenda Pita, una viuda octogenaria, en la calle Juan Valera 2 (Pedregalejo), la casa en cuyo primer piso estaba la peluquería de Anita de los Ríos y en el bajo la heladería Lauri. Tras una corta enfermedad, que debió dar sus primeras manifestaciones clínicas hacia el mes de septiembre, murió en Málaga el 24 de diciembre de 1961.

Publicaciones:
Algunos Opúsculos de Arturo Schopenhauer. Madrid: Editorial Reus, 1921
Sobre “La Galatea” de Miguel de Cervantes. Madrid: Tipografía de la Revista de Archivos, 1922
El ser de mi mismo. Ceuta: Instituto Nacional de Enseñanza Media, 1962

miércoles, 28 de agosto de 2013

AQUEL PREUNIVERSITARIO (1958-1959)





En aquellos primeros días de octubre de 1958 nos reunimos 59 estudiantes en el patio del instituto masculino de la calle Gaona para iniciar el curso Preuniversitario. Sólo nueve (Valeriano Claros Guerra, Francisco Díaz Molina, Emilio Galán Huertos, Rafael Ángel Gil Rivas, Antonio Lara García, Rodrigo Martín Orús, Eduardo Medina Sibajas, Rubén Darío Rodríguez Pérez y Diego Ruiz Galacho) procedían como alumnos oficiales del propio instituto y el resto de la enseñanza colegiada tanto de centros privados legalmente autorizados y reconocidos (San Agustín, Nuestra Señora de la Victoria de los HH. Maristas, San Estanislao de los jesuitas) como de autorizados pero no reconocidos y cuyos exámenes eran realizados en el instituto con matrícula libre (Nuestra Señora de las Mercedes, Sagrado Corazón de Jesús, San Fernando). En tal sentido el instituto se convirtió en un centro de atracción pues a pesar de perder un 59% parte de su alumnado –en el curso 1957-1958 habían cursado 6º de bachillerato 22 alumnos- el incremento de matriculación fue espectacular alcanzando un 168%. Esta estructura determinó la existencia de un núcleo de alumnos cohesionado por años de convivencia y dominadores del espacio tanto físico como social que ocupábamos y una periferia muy desestructurada y marginal.

El Preuniversitario implantado desde el curso 1953-1954 funcionó los cuatro primeros años completamente desreglado y con un alto grado de provisionalidad. Por fin en septiembre de 1957 fue conocido el modelo de enseñanza basado en cursos monográficos que cambiarían anualmente. Los que nos correspondieron ese año se hicieron públicos para profesores y alumnos en junio de 1958 lo que representaba una gran dificultad para el profesorado encargado de impartirlos al disponer de escaso tiempo para su preparación. Con nuestra promoción feneció este modelo volviéndose al sistema de cursos regulares, tras un corto periodo de cursos mixtos. El profesorado adscrito a cada unos de los cursos fue el siguiente: para los comunes doña Elena Villamana Peco (1908-1995), don Fulgencio Egea Abelenda (1900-1961), don José Cruces Pozo (1924-1965) y don Emilio Jiménez Souvirón (1889-1960); para la opción de ciencias don Valentín Aldeanueva Salguero (1914-2000), don Santiago Blanco Puente (1901-1987) y don Eduardo García Rodeja (1891-1983); para la opción letras don Lucas Martínez Tobaruela (1912-d. 2002) y don Francisco López Ruiz (1908-1966)

La catedrática Elena Villamana fue la encargada de impartir el monográfico “Cartas de relación de Hernán Cortés y demás historiadores de Indias. Estudio de su época” centrado en la acción española en America durante el reinado de Carlos V y el temario debía desarrollarse en base a lecturas de textos de los cronistas de Indias y completarse con excursiones a los lugares carolinos. Era un tema clásico de la historiografía franquista destinado a exaltar la conquista y colonización de America y su labor evangelizadora. Al catedrático Fulgencio Egea, que además fue el tutor del curso, se le encomendó “La Familia” con temas concretos tales como “El matrimonio como sacramento” o “Valor santificador del matrimonio” o “Restauración de la familia como centro ordinario de vida cristiana” y con afirmaciones tales como “vínculos naturales trascendentes hacía los planos espirituales y sobrenaturales” o sugerencias como “especie de preparación al matrimonio y la familia” dada la edad del alumnado. Se acudió a Cruces Pozo, catedrático de Geografía e Historia de la Escuela Normal de Magisterio masculino, para que explicara el curso sobre “Italia y la Ciudad del Vaticano” centrado en temas clásicos de geografía regional en la parte referida a Italia; el temario sobre la Ciudad del Vaticano tenía, obviamente, unas connotaciones muy diferentes: “la independencia territorial como salvaguarda de los intereses espirituales” o “la universalidad del catolicismo y su necesaria influencia política y social”. El profesor auxiliar y secretario del centro Jiménez Souviron fue el encargado del idioma moderno (opción francés) “Poemas de Alfredo de Vigny. Obras de otros autores de la misma época”. Aparte de la tradicional actividad traductora, tal vez lo más llamativo fuera la pretensión de fomentar la conversación y que el profesor explicara las lecciones en el idioma elegido por el alumno. Alfred de Vigny era un autor muy del agrado del régimen: moralista, alta valoración del honor y pesimista “el hombre había nacido para sufrir en su cuerpo, en su espíritu y en su corazón”.  

Al profesor adjunto y al mismo tiempo catedrático de Álgebra en la Escuela de Peritos Industriales Valentín Aldeanueva se le adscribió la enseñanza del curso “Introducción a los métodos estadísticos y 250 problemas de Matemáticas”. En lo referente a la estadística desarrollo de temas básicos tales como la estadística descriptiva, representaciones gráficas, uso de “máquinas de calcular” o distribuciones fundamentales y en cuanto a la resolución de problemas los 251 al 500 de una lista publicada en marzo de 1958. Santiago Blanco, catedrático de Agricultura, nos impartió “Biología marina y aprovechamiento de los animales del mar”; un curso de muy buena estructuración temática: el mar como medio físico y biológico, la fauna marina y su interés económico, las técnicas pesqueras y las relaciones entre el mar y la alimentación humana. El más veterano en el escalafón de catedráticos del instituto, García Rodeja, “Radio y Televisión”. Aunque se ponía énfasis en el desarrollo de los aspectos tecnológicos la mayor parte del temario estaba dedicado a los fundamentos científicos de las técnicas y sólo los cuatro últimos a su realización practica (emisora y receptora); en definitiva estaba más centrado en los fundamentos físicos de la radio y la televisión que en los aspectos puramente tecnológicos.

El resultado en la convocatoria de junio de este curso, que abría o no la puerta al examen de madurez a realizar en Granada, fue la siguiente: la Junta de profesores consideró aptos a 34 (57’6%), 9 debieron realizar una prueba especial (15’2%) y 16 no aptos (27’1%), de ellos 4 por insuficiente asistencia. Aun cuando no se expidió una calificación numérica individualizada por asignaturas conocemos que don José no otorgó su plácet a 10 estudiantes, don Emilio a 9, don Valentín a 8, doña Elena y don Eduardo a 6. El resto del profesorado no encontró motivos para cuestionarse algún estudiante. Sólo tres estudiantes quedaron pendientes para septiembre con 5 cursos, con 4 cinco alumnos, con 3 cuatro y con 2 tres. Posiblemente los 9 que debieron realizar la prueba especial tenían pendiente un solo curso, pero desconozco cuales pudieron ser y el resultado de esta prueba.

Muy posiblemente no sea posible encontrar una respuesta unitaria a este curso ya que estarían cargadas de subjetividad. En mi caso me quedo con el curso de don Fulgencio Egea que se desentendió de las orientaciones ministeriales y nos dio un admirable curso. Parecía pensado para que lo impartiera un cura y no un filosofo. Así mismo con el impartido por don Santiago Blanco. Se notaban sus muchos conocimientos y posiblemente también una excelente preparación del mismo. Por último la resolución de los problemas de matemáticas por don Valentín Aldeanueva. Pero la opinión de mi compañero Valeriano Claros es discordante con la mía: para él fueron los mejores el de doña Elena Villamana y el de don Eduardo García Rodeja, hasta el punto este último de determinar su futuro profesional.

No es de fácil ejecución hacer un seguimiento de las carreras emprendidas por los distintos compañeros de este curso. Sin duda fueron los médicos los que batieron el record con 12; 5 ingenieros superiores, 3 derecho, ciencias y filosofía y letras respectivamente, 3 ingenieros técnicos industriales, 2 estudios eclesiásticos, 1 ciencias de la información, 1 ciencias económicas y empresariales, 1 arquitecto técnico y 1 pedagogía.

Independientemente de la titulación académica lograda en once está constatada su dedicación a la docencia: Miguel Lorente Dochado (Maestro-Inspector de EGB), Francisco Díaz Molina (Catedrático de Instituto), Fernando Marti Pallarés (Profesor de Ciencias en un colegio privado), Francisco del Pino Roldán (Agregado de Instituto), Antonio Márquez Royo (Maestro de laboratorio de universidad laboral), Diego Ruiz Galacho (Profesor Titular de Escuela Universitaria de Hacienda Pública), Juan Luis Carrillo Martos (Catedrático de Universidad de Historia de la Ciencia), José Antonio Correa Rodríguez (Catedrático de Universidad de Filología Latina), Juan Manuel de la Cruz Fernández (Catedrático de Universidad de Filología Inglesa), Emilio Galán Huertos (Catedrático de Universidad de Cristalografía y Mineralogía) y Antonio Lara García (Catedrático de Universidad de Teoría e Historia de la Imagen)

viernes, 29 de marzo de 2013

“EL PICHI”




Don Luis Romero era, a inicios de los años sesenta, Jefe de Estudios del instituto de la calle Gaona de Málaga. No llegaba a medir más allá de un metro sesenta de altura, pero pese a ello tenía un carácter fuerte con los alumnos, que le llamaban - al alimón - “el Pichi” o el “Pegaso” según partidarios de una u otra denominación.

El alias de “Pichi”, no tenía clara su etimología, pues algunos sostenían que era debido a que caminaba - en un intento de aparentar más altura - tieso como el personaje del chotis de “las Leandras”; “Pichi, el chulo que castiga...” mientras otros opinaban que su pose recordaba a un petirrojo insectívoro de pintureros andares, que en mi tierra se le conoce con el nombre de “pichi”.

Siempre fui partidario de la denominación, de “el Pegaso”, apodo este debido, a que cuando reconvenía a algún alumno, entre frase y frase dejaba escapar un ruido que recordaba - con bastante exactitud - el producido al frenar un camión. - “Si vuelves a hacer eso...psssss…te fulmino…” era una de sus más preciadas expresiones.

No era de carácter - como antes mencioné - de lo que estaba falto nuestro hombre, aunque, como decía Don Fulgencio el director “Toda su fuerza se le iba por la boca...”. Frase esta que, pronunciada con frecuencia en público, despertaba el pitorreo general del alumnado, ya que era precisamente la expulsión de aire al hablar, lo que le había valido a Don Luis, uno de sus dos apelativos.

No obstante, el carácter de nuestro hombre quedaba, primero frenado y después anulado, en presencia de su esposa Margarita. Quiero decir, - naturalmente - “Doña Margarita”, funcionaria del cuerpo administrativo del Ministerio de Enseñanza y secretaria del centro docente, que tenía en posición de firmes desde el director, al último alumno, pasando naturalmente por su esposo, usando para ello de un mal carácter permanente, que le daba aire de preceptora del siglo XIX.

Doña Margarita – al margen de su talante - era sin dudarlo una experta total en pólizas, instancias, recursos y otras historias, entonces de fundamental valor, con las que ejercía su influencia en el instituto y en su presencia, el aire que Don Luis expelía con cada vocablo, perdía en escasos segundos casi todo su gas.

Nuestro hombre, seguía siempre los dictados que su esposa marcaba en lo administrativo y docente, y por supuesto en lo personal, de forma que antes de tomar esta o aquella resolución, consultaba con la vista el gesto de aprobación o repudio de su costilla, a la que jamás osaba contrariar en público y - por lo columbrado - aún menos en privado.

Un día con ocasión de una celebración docente y como cierre del acto, estaba previsto cantar – a instancias de Don Luis - el “Gaudeamus Igitur”, himno universal de los estudiantes, cuya letra casi nadie conoce, por lo que aunque sus primeras estrofas todos corean, al final del epinicio, solo una o dos voces - a lo sumo – quedan salmodiando el cántico.

Cuando empezaba a decrecer el número de corífeos y seguramente alentados por la impunidad del grupo, empezó a sonar de fondo una charanga que cantábamos en los recreos y, que acabó por imponerse a los cantores oficiales:

Que bonito el instituto,
            visto desde un aeroplano,
Que bonito es ver caer,
veinte bombas sobre él,
y dejarlo todo plano.
Rodeado de cañones,
y de fusiles también,
con “el pichi” solo dentro,
y nosotros fuera de él.
Mientras doña Margarita - presa de un síncope - era solícitamente atendida por Don Fulgencio, “el Pegaso” expelía sin cesar aire por las comisuras de sus labios, sin saber exactamente a quien dirigir su correctivo.

Una vez concluida la rechifla, el asunto se saldó con una falta de orden colectiva y consiguiente aviso a los padres.

En aquella época las bromas de este calibre - gamberradas en lenguaje oficial – eran siempre consideradas, como delitos de lesa patria.

                                                                                                                            J. M. Hidalgo