domingo, 20 de mayo de 2012

DON JUAN CUTILLAS



Desde que abandoné la juventud, me he ido convenciendo cada vez más, de que no merecíamos los profesores del instituto Gaona de Málaga, que - con paciencia infinita - empleaban su tiempo en desasnarnos, sin evidenciar el cansancio que tratar con una tropa como nosotros, sin duda les debía producir.

Uno de estos esforzados maestros, del que hoy pretendo hablarte, era Don Juan Cutillas, profesor de matemáticas en los primeros cursos de bachillerato.

Nuestro hombre – al que recuerdo de mediana estatura tirando a bajo – tenía una característica esencial que le hacía blanco especial del alumnado y era la de ser calvo total. La calva de Don Juan, no era - sin embargo - una calva ordinaria, ya que además de carecer de cabello, parecía que estuviese charolada de tanto como relucía. Aquella calva tersa, brillante, pulida, refulgente, constituía motivo de eterna chanza, de modo que en el argot estudiantil, nuestro hombre era conocido por todos como “El bombilla”.

Además de este alias, en tiempos debió haber algún virtuoso, artífice de un juego que aprendías nada más llegar al instituto y que se hacía, naturalmente lejos de su presencia. El asunto consistía en que uno de los alumnos, colocado frente a los demás, preguntaba a voces:

Cuando llegas a la clase...¿Que es eso que tanto brilla...?! Y todos contestaban a coro: -¡La cabeza “del Cutillas”, que parece una bombilla...! - Esto daba inicio al jolgorio general, lo cual no era extraño, porque en Málaga y a finales de febrero, ya estábamos en primavera y unido esto a la revolución hormonal propia de la edad, nos tenía a todos siempre soliviantados y con ganas de jaleo.

Aquel año, nuestra clase estaba situada en un aula de la planta baja, con entrada por el patio central del instituto, lo cual facilitaba mucho la labor de vigilancia, ya que podía ser detectada fácilmente y con la debida antelación, la llegada de los profesores.

Un día Taboada, uno de los más revoltosos del curso, aprovechando que nuestro hombre solía retrasarse en la sala de profesores, fue el encargado de dirigir el coro. Pero lo que no sabía, aquella malhadada mañana, era que Don Juan aún no había llegado y que al venir tarde, decidió entrar directamente en clase sin pasar por la sala, tal como tenía por costumbre.

Formulaba nuestro compañero la pregunta de ritual de espaldas a la puerta, por lo que no pudo advertir su llegada, mientras los demás, al verlo acercarse, simulamos - cada cual como pudo – estar estudiando. Ante nuestro silencio, Taboada seguía preguntando de manera reiterada y cada vez más alto: ¡¿Que eso que tanto brilla...!?, ¡¿Que es eso que tanto brilla...?!

La mano de Don Juan se posó sobre el hombre de nuestro vociferante colega, mientras le decía: -“Como todos parecen haberse quedado mudos de repente, me temo que me vas a tener que decir tú, que es eso tan brillante...”

Después de preguntarle la lección del día, con el resultado de un cero como calificación, Don Juan le mandó permanecer de pie en una esquina del aula, en donde estuvo durante toda la clase.

Y no sé - amigo lector – quizás debió ser la primavera o tal vez la situación, pero la cosa fue que nosotros, en lugar de compadecerle, nos pasamos todos la clase entera, sin podernos aguantar la risa floja.

¡Menuda pandilla de traidores...!

J.M. Hidalgo

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