domingo, 16 de marzo de 2014

EL TOSCO

Dicen, que con los años, cada vez precisamos dormir menos. Yo creo que es porque uno se va convirtiendo en más crítico de si mismo. Primero, recuerdas lo que querías hacer y no hiciste, y eso te impide conciliar el sueño. Luego, analizas aquello que hiciste y no debías haber hecho y eso no te deja dormir.

La historia que hoy cuento - y en la que mi intervención, no me hace sentir demasiado satisfecho - es la de Don Ángel. Era catedrático de geografía en el instituto Gaona de Málaga, y aunque su nombre de pila es el que acabo de expresar, todos los alumnos, no importa de que curso, le conocían como “El tosco”.

Este alias, que aprendías a los pocos días de entrar de “pipiolos”- como eran llamados despectivamente los alumnos de primer año - pasaba generación tras generación de estudiantes, pronunciándose a veces en su presencia y, desde luego, en cuanto volvía la espalda. Esto era así, ya que Don Ángel estaba más sordo que una tapia y si no miraba fijamente a la cara de su interlocutor, no sabía, a ciencia cierta, que es lo que este, estaba diciendo.

Viudo desde hacía años, vivía con su hija - también profesora - que cuidaba de él, y que incluso en público, le hacía objeto de frecuentes regañinas, por su poco cuidado aspecto, en donde su camisa arrugada, alguna mancha en la chaqueta y los bolsillos repletos de toda clase de papeles, eran las características de Don Ángel.

Contaban que tras la guerra civil, había sido “depurado” por sus ideas democráticas, y esto - aún sin habérsele achacado nada delictivo - le llevó aparejado la postergación en muchos puestos en su escalafón de funcionario y un destino de castigo, en una isla del archipiélago canario, hasta que a principios de los años cincuenta, perdonados por el ministerio - aunque no olvidados - sus pecados liberales, pudo regresar nuevamente a la península, obteniendo plaza en la ciudad andaluza.

El tosco”, a partir de entonces, aprendió a hablar sin decir nada, y sus más atrevidas frases en política - cuando en su asignatura había de referirse al sistema – eran aludir a él como “el régimen nacional sindicalista, analítico sintético”, diciendo las dos últimas palabras con un hilo de voz y mirando la puerta siempre lo hacia, no fuese que alguien escuchase fuera.
Y conste, que su agudeza era mucha, aún recuerdo una de las frases que más me hicieron pensar y que con el tiempo me convencieron de lo lúcido de su pensamiento. “Las cuatro grandes potencias – afirmaba refiriéndose al reparto de poder tras la guerra mundial – son tres, Estados Unidos y Rusia."

Su apodo se debía - además de a su aspecto - a lo brusco y desabrido de sus maneras, en gran parte motivadas por el defecto físico de su sordera que le hacía desconfiar de todo el mundo, y la verdad es que - al menos por lo que concernía a los alumnos - no le faltaba razón.


Una de las bromas con las que solíamos reírnos del pobre hombre, era la petición de salida de clase. Consistía el asunto, en que uno de los escolares se dirigía a él y, sin mirarle directamente a la cara y haciendo gestos exagerados de no poder aguantar las ganas de orinar, le decía en voz queda: Don Ángel, ¿me da usted permiso para ir a cagarme en su padre...?

El profesor, guiado más por lo que veía que por su oído, e interpretando la petición por los gestos, respondía complaciente - Si hijo, ve, pero no tardes demasiado. La carcajada era general y aunque intuía que algo había sucedido, la angelical cara del alumno que tenía delante, le dejaba sin argumentos.

No obstante, incluso en aquellos años las ciencias adelantaban que era una barbaridad, y un buen día apareció nuestro hombre en clase, con un moderno audífono.

El aparato, último grito en la época, era un armatoste del tamaño de una caja de puros, que llevaba Don Angel colgado del cuello y del que salía un indiscreto cable negro acabado en un auricular tipo teléfono, que se prendía - a su vez - a unos de sus pabellones auditivos.

- ¡Tecnología alemana...! - gustaba decir su dueño mientras lo palpaba orgulloso. No obstante, debía ser tecnología de primera generación, porque era raro el día, que en uno u otro momento no se estropeaba. Pese a todo y por si las moscas, la “bromita” del permiso para salir a orinar, dejó - por elemental prudencia - de gastarse.

Pero ¿que no serán capaces de urdir treinta diablos de catorce años? Al poco, el pobre Don Ángel sufría de una nueva modalidad de broma.

Con la clase en silencio, uno de nosotros - previamente designado por sorteo - se dirigía al profesor, que preguntaba, con su tradicional hosquedad, que deseaba.

El alumno, comenzaba entonces a mover los labios como si hablase, aunque en realidad no decía nada. Don Ángel, achacando el no oír a un defecto del aparato, empezaba a trastear este, y a subir el volumen. Cuando el mando de audición estaba al máximo, el escolar, con toda la fuerza de sus pulmones expresaba su petición, dejando - y ahora por exceso - a Don Ángel, sordo del bocinazo. La carcajada era de antología, y para colmo, aún había de aceptar las disculpas que el alumno - en tono compungido le ofrecía - achacándose todo, a un fallo del audífono.

Y así, fueron pasando los años, y entre bromas y sustos - los días en que nos descubría - llegó el momento de su jubilación. El instituto le ofreció una placa y le brindó un homenaje en el que no faltaron los discursos. Entre otros el del profesor de Formación Política, que se las daba de orador, y que prodigó frases como, “servidor de la patria”, “deber cumplido”, “español insigne” y otras de idéntica factura…Don Ángel - mi entrañable “tosco”- asistió al acto en silencio, y sin enterarse absolutamente de nada, porque aquel día - sospecho que intencionadamente - había olvidado en casa su sonotone.

5 comentarios:

  1. Don Ángel Blázquez, el Tosco, qué gran personaje. Le recuerdo vívidamente, su acento gallego, su peculiar forma de caminar -paso corto y como a saltitos, la congestión y enrojecimiento de su rostro cuando se enfadaba (cosa que sucedía a menudo) y, sobre todo, su sordera. Por encima de todo ello era un gran profesor, empeñado en civilizar y desasnar a un puñado de niños y adolescentes que no dudábamos en originar crueles situaciones de las que hoy me avergüenzo, como partícipe que fui de alguna de las gamberradas tan bien descritas por José María.
    En cuanto al mote de "el Tosco" quiero recordar que provenía de su forma de explicar la diferencia entre las toscas hachas de piedra paleolíticas y las del período Neolítico. Calificaba a las primeras como unas herramientas muy toscas en comparación con la piedra pulida de las segundas, mientras gesticulaba enfáticamente como si en ese mismo momento estuviera golpeando dos trozos de sílex con todas sus fuerzas, con el consiguiente enrojecimiento de su apéndice nasal mientras repetía una y otra vez que era un trabajo tosco, muy tosco.
    Otra de sus peculiaridades como profesor era la forma de plantear los exámenes escritos. Enunciaba el contenido a desarrollar, sin decir de cuánto tiempo se disponía y, cuando le parecía bien, daba por terminado el ejercicio y exigía que se escribiera una raya a continuación de lo escrito. Seguidamente planteaba otro tema y más de lo mismo. Todo esto causaba serios problemas a muchos de los alumnos que, sabedores de que no iban a disponer de tiempo suficiente para desarrollar toda la pregunta, trataban de sintetizar lo más posible. Recuerdo que con la Historia del Arte de sexto le cogí el punto a Don Ángel; el truco consistía en extenderte lo más posible -sin irte por las ramas- al principio del desarrollo de la pregunta, de forma que cuando decía lo de "terminar y raya" no importaba que, por falta de tiempo, te hubieras quedado en el preámbulo. Parece que estimaba que, con ese comienzo, el resto del tema hubiera estado de sobresaliente. De hecho, obtuve numerosos sobresalientes en los ejercicios escritos y sin estudiar apenas, para desesperación de más de un empollón que trataba de comprimir los temas en tan poco tiempo. Por otra parte, debo hacer constar que con sus magníficas explicaciones y prestando atención en clase, tampoco hacía falta hincar mucho los codos en esta asignatura para aprobar.
    En fin, qué época, qué profesores, qué alumnos, qué tiempos...nos hacemos viejos.

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    1. Me sucede como a ti Antonio. Me avergüenzo de haber participado en las gamberradas -inocentes por otro lado - y al mismo tiempo le recuerdo con mucho cariño. Don Angel, ante todo era una buena persona, amargado por la vida, que al parecer le habia tratado muy duramente y la sordera que le dismunía.
      Gracias por recordar más cosas de él y por tu comentario.
      Un abrazo

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    2. No tienes por qué dar las gracias, en todo caso te las debemos a ti por las muchas entradas que has publicado, llenas de gracia y de nostalgia. Probablemente coincidimos en en Instituto aunque la verdad es que no te recuerdo, Puede que estuviésemos en cursos distintos o que ese señor alemán, un tal Alzheimer, esté empezando a hacer estragos en mi maltrecha memoria. Yo llegué al Instituto en octubre del 55 y salí en junio del 62.

      Aprovecho para felicitarte por tu onomástica. Un abrazo

      Antonio Bravo

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  2. Algunos datos para la biografía de D. Ángel Blázquez Jiménez.
    Nació en Ávila el 23 de mayo de 1895. Estudió el bachillerato en el Instituto San Isidro de Madrid, obteniendo el título de bachiller en 1911. Su primera publicación data de 1917 con el título "Bosquejo histórico de la Orden del Monte Gaudio". Entre los años 1919 y 1924 participó en campañas de viaje y excavación de diversas Vías Romanas dirigidas por el geógrafo y militar D. Antonio Blázquez y Delgado-Aguilera. En 1922 obtuvo la cátedra de Geografía e Historia en el Instituto de La Rabida para trasladarse ese mismo año al de Soria en virtud de permuta. En 1925 pasó al de Palencia y en el Escalafón de 1935 ya estaba en el de La Coruña. Por resolución 27 de enero de 1938 se le sancionó con un traslado forzoso e inhabilitación para ocupar cargos relacionados con la cultura y la educación. Fue académico correspondiente de la Real Academia de la Historia. Falleció en Málaga el 4 de diciembre de 1980. Con respecto a su hija Concepción "Chonchi" Blázquez Beade trabajaba en la secretaría del Instituto femenino de Gaona y me tomo la licencia de decir que era una chica muy vistosa y amable, yo la recuerdo en la ventanilla atendiendo al público de forma ¡muy diferente a Doña Margarita Franco Vázquez, la funcionaria de secretaría del masculino!

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  3. Muchas gracias por tu valiosa aportación complementaria Juan Luis. Muchos de los datos que expones los desconocía y cuando escribí el artículo, solo sabia sus "grandes rasgos" y sobre todo, lo que de estudiante te impactaba, que era su sordera y nuestra relacion con él como dice. Recuerdo a Don Angel con mucho cariño y como uno de los profesores que más me impactaron en mi etapa del Gaona. Los estudiantes fuimos absolutamente injustos con él y solo nos disculpa algo, nuestra irresponsabilidad debida a la poca edad, por eso no me siento especialmente satisfecho de mi actuación. Creo que le debía este recuerdo cariñoso. Un abrazo amigo

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