lunes, 6 de febrero de 2012

LOS LIBROS DE DOÑA ELENA


Hoy ha sido el primer día de invierno. Aunque desde hace ya tiempo estamos en esa estación, fue sin embargo esta tarde la primera vez que lo he percibido. El cielo se oscureció con nubarrones que amenazaban lluvia, se cubrieron de improviso las cimas del Garraf con una espesa niebla húmeda y comenzó a soplar un desagradable viento frío del noroeste, que aumentó - más si cabe -la sensación de tristeza.

Muchas veces cuando esto sucede, busco refugio en la biblioteca del sótano de casa en donde están los libros más antiguos, y me evado de la realidad llenándome de nostalgia con ellos.

Sin mucha dificultad, pues de sobras sé donde se encuentran, me dirigí al anaquel de los libros de texto del bachillerato. Todos están - como antaño - protegidos con un forro de papel amarillento, para evitar que se estropeasen. Aunque era vano el empeño, porque su pobre encuadernación hacía que al poco de usarlos, todos tuviesen las hojas sueltas como una baraja de cartas.

Con la tarde propicia a la añoranza, deslicé la mano hasta el libro de cuarto curso de Doña Elena Villamana Peco, nuestra profesora de lengua y literatura en el Instituto Gaona de Málaga, que con frecuencia he ojeado.

Los libros de Doña Elena tienen unas características que los hacen para mi inconfundibles. Habían de adquirirse en la librería Gibralfaro, cercana al instituto y cada inicio de curso - en una especie de reiterada liturgia - el pequeño habitáculo en que atendían al público, estaba siempre atestado de estudiantes para poder comprarlos. Pero lo más encantador de ellos, era que parecían más libros de lecturas que libros de texto.

En mi caso, el aprendizaje de las letras, siempre estuvo vinculado a las mujeres. Quien me enseñó a leer fue Doña Remedios, mi maestra de primaria y quien lo hizo a soñar con sus obras escogidas, fue Doña Helena Villamana.

La primera lección del libro; “La palabra y la entonación”, se iniciaba con unos párrafos de Juan Ramón hablando con Platero... Con tanta sensibilidad en el papel, no hacía falta más que saber leer, para que el mismo texto te pidiese a gritos entonar...

Doña Elena, con quien la naturaleza fue cicatera en sus encantos personales, fue dotada sin embargo con largueza en sensibilidad y saber, de manera tal que cuando leía algún libro, como solo ella sabía hacer, permanecíamos todos embobados escuchándola.

Se implicaba tanto con sus personajes, que una tarde, mientras nos recitaba un poema en que las artes de seducción de una mujer, hacían a un hombre perder su dignidad, su fortuna y su vida, sintiéndose identificada con la protagonista, casi sin pensar, exclamó: - ¡Es que las mujeres, somos capaces de volver a los hombres locos con nuestros encantos...!
Como si toda la clase se hubiese puesto de acuerdo, una carcajada general rubricó las palabras de la maestra, que rápida como el rayo y sin azararse, continuó:

- Bien, puesto que veo que el asunto os hace gracia, que salgan al encerado… y acto seguido pronunció los nombres de tres alumnos, que – fuera del aula - se mostraban especialmente crueles en las bromas que se hacían sobre los atractivos de la catedrática.

Uno tras otro, les fue doblegando con preguntas sobre el texto y cuando se hubo cansado de jugar al gato y al ratón, les preguntó con ironía:

- Decidme; ¿para que usáis vuestras cabecitas…?, ¿Acaso para haceros peinados exóticos y embaucar a las nenas...? Una vez más, Doña Elena había salido triunfante.

Nunca he querido – de forma deliberada – encuadernar sus libros porque al hacerlo, temo que algo de la manera en que me los hizo vivir, se vaya para siempre con la encuadernación.

Antes de dejar de nuevo el libro, veo en el papel amarillento que lo envuelve dos palabras escritas a lápiz que me hacen de nuevo soñar; “Siglo XVIII” y a continuación “página 159...”. Al buscar, me encuentro en ella con Voltaire, Montesquieu, Rouseau, Diderot...

Ya recuerdo por qué en su día apunté eso. Fue porque mientras leía a estos autores, Doña Elena me enseñó también - a través de ellos - a soñar con la libertad...

J.M. Hidalgo

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