sábado, 10 de septiembre de 2011

Promoción 54-60. Cincuenta años más tarde III. Discurso de Carlos Navarrete

Reproducimos el texto del discurso que Carlos Navarrete Trigueros pronunció  en el acto de conmemoración del 50º aniversario de nuestra graduación.




Quincuagésimo aniversario de graduación de Bachilleres superiores del
Instituto Nuestra Señora de la Victoria

Estimados profesores, amigos y condiscípulos.
Comienzo agradeciendo al director del Instituto Nuestra Señora de la Victoria su valiosa colaboración para la celebración de este acto.
Nos acompaña María del Mar Reding, viuda de nuestro compañero Ángel Moreno Checa, a la que damos nuestra afectuosa bienvenida.
Hace cincuenta años estábamos aquí, en este Centro, estudiando el sexto curso de bachillerato. Éramos jóvenes y teníamos ilusiones y proyectos.
Pero, ¿qué pasaba a nuestro alrededor en ese curso 1959-60?

En España, se acababa de salir de un largo período de autarquía y aislamiento internacional; la visita de Eisenhower en 1959 rompía esa incomunicación.
Con la puesta en marcha de un plan de estabilización , la liberalización de la economía y la apuesta decidida por el turismo, se abrían las puertas a lo que posteriormente fue el “desarrollismo” económico.
Podríamos decir que, aunque el panorama era sombrío, se vislumbraba el horizonte esperanzador y bonancible que luego disfrutamos.
Pero todavía quedaban muchas secuelas de los años de carencia y de penuria mental que habíamos sufrido.
 En Málaga, el alcalde García Grana trasladó la feria de  agosto desde Martiricos hasta el Parque.
Se inauguró en recinto musical “Eduardo Ocón”.
El C.D. Málaga había descendido a tercera división.
Acababa de celebrarse en la Malagueta un famoso mano a mano entre Ordóñez y Dominguín, donde hubo trofeos por doquier. (Esa temporada los cuñados mantenían un apasionante desafío en los ruedos que relató Hemingway en su famosa novela “Verano sangriento”).
Málaga, que superó en 1960 los 300.000 habitantes, era una ciudad provinciana en la que nos conocíamos todos (al menos de vista), paseábamos calle Larios arriba y abajo y donde empezaban a llegar los primeros turistas a tomar el sol que aquí nos sobraba.
Se abría “Discos Elisia”, sonaban las notas de “Ansiedad”  de Nat King Cole y se inauguró “El boquerón de plata”, donde tomar una cerveza con un cumplido plato de gambas cocidas costaba tres pesetas y diez céntimos.
No había discotecas, pero lo superamos con guateques caseros, con la gente de nuestra pandilla, bailando a los ritmos de “Los cinco latinos”, “Los LLopis”, Elvis Presley y de los italianos Renato Carossone o  Doménico Modugno.
 ¿Y en nuestro Instituto?
Decir en Málaga el Gaona era como decir la Farola, el Parque o el Castillo. Todo el mundo sabía de lo que se estaba hablando.
Tras la guerra civil, el único centro oficial de bachillerato (Instituto Provincial de segunda enseñanza) quedó dividido en uno masculino y otro femenino; el primero denominado “Nuestra Señora de la Victoria” y el segundo fue bautizado en 1957 con el nombre del poeta “Vicente Espinel”.
Aunque esto sea historia, quiero mencionar que el Gaona inicial había sido algo más que un centro de enseñanza en una ciudad no universitaria. De hecho, sus instalaciones contaban –entre otros servicios- con un museo de historia natural y una estación meteorológica. Por este edificio pasaron instituciones como la Escuela Náutica de San Telmo, la Escuela de comercio o la Biblioteca provincial.
Su jardín, del que ahora sólo queda un aguacate de unos 120 años, fue declarado Jardín botánico de Málaga a principios del siglo XIX.
Pero volviendo a nuestro tema recordemos que, durante el curso que nos ocupa, el director del Instituto era don Remigio Sánchez Montero.
El 26 de enero de 1960, fuimos testigos de un acto académico de excepción. Severo Ochoa, ex alumno del Instituto, había recibido en 1959 el premio Nobel de medicina; con tal motivo se organizó, en el patio de columnas, una solemne sesión a la que asistieron las Autoridades de Málaga, catedráticos de la Universidad de Granada, el Claustro de profesores y el alumnado del Centro. Se descubrió una lápida, en la que se recordaba su paso por estas aulas y el impulso que para él representó la enseñanza recibida –en especial- de don Eduardo García Rodeja.
El curso 1960-61 nuestro Instituto fue trasladado a un nuevo edificio situado en Martiricos;  fuimos, por tanto, la última promoción masculina de Bachilleres superiores de calle  Gaona.
¿Y nuestros profesores?
En Málaga, donde no había ni una facultad universitaria y tampoco sobraban Centros de enseñanza oficiales, existían muy pocos catedráticos; eso confería un gran valor a una Cátedra de Instituto. En general, teníamos un plantel de profesores de lujo, de los que dan prestigio a la enseñanza pública pero a los que aún teníamos cierto temor reverencial.
Eran exigentes con nosotros porque, en una época en la que el estudio era casi un privilegio, se valoraba mucho el esfuerzo personal del alumno.
Las asignaturas de sexto de bachillerato nos las explicaron los siguientes profesores: Física, el decano y más emblemático de los catedráticos Eduardo García Rodeja; Lengua y literatura se dividió en dos partes, Elena Villamana se encargó de los comentarios de texto y Adelaida Samper que, afortunadamente nos acompaña hoy, impartió los temas de Lengua y Literatura;  Ángel Blázquez, con su particular estilo, nos detalló la Historia del Arte y de la Cultura; Fulgencio Egea nos introdujo con maestría en los preliminares de la Filosofía; Valentín Aldeanueva, en Matemáticas, se esforzó para que entendiéramos derivadas e integrales; Francisco López Ruiz, de corpulenta figura, enseñó Griego a los de letras; Francisco Báguena, al decir de sus alumnos, hacía del estudio del Latín una actividad soportable; Francisco Javier Miranda –como cada año- Formación del Espíritu Nacional; en Educación física se estrenó con nosotros Miguel Ángel del Pozo y el Padre  Víctor Sánchez que nos dio Religión.
Los que procedíamos de cursos anteriores en este Centro, habíamos tenido otros magníficos profesores que quiero recordar, así: Juan Campal y Juan Cutillas en matemáticas, María Valverde en geografía, Santiago Blanco en ciencias naturales, Francisco Fortuny en inglés, Fernando Casal en francés, Carlos Mielgo y Luis Romero en dibujo, María Godoy en física y química y el padre López Espinosa – que se jubiló ese año- en Religión.
Con la perspectiva de los cincuenta años pasados, que nos permiten apreciar la dimensión real de las cosas, podemos asegurar que adquirimos una deuda de gratitud con quienes nos dieron las primeras armas para enfrentarnos con nuestro futuro profesional y que hoy y aquí reconocemos.
 ¿Y nosotros?
En el curso 59-60 estábamos matriculados en sexto de bachillerato 56 alumnos, Hoy estamos aquí una cuarentena de aquellos chavales; algunos cursamos en este Centro desde primero a sexto de bachillerato, otros se fueron incorporando en sucesivos cursos y los menos llegaron sólo para finalizar el bachillerato superior.
¿Cómo éramos?
Pues éramos un curso corriente, a caballo entre dos promociones muy brillantes, pero… nosotros éramos unos “muchachos normales” que aprobábamos o suspendíamos, nos divertíamos, convivíamos civilizadamente, respetábamos a nuestros profesores y que, posteriormente, nos convertimos en un buen grupo de profesionales, que no nos hemos olvidado del Centro donde nos formamos,
Las horas de recreo estaban “maquiavélicamente” combinadas para que no coincidiéramos en el patio (que era común) con nuestras vecinas del “Vicente Espinel”, era la forma de entender en aquellos tiempos la separación de sexos. Esto no era óbice para citarnos con ellas a la salida de clases y empezar tempranas relaciones, algunas de las cuales se consolidaron con el tiempo.
Aquel curso hicimos dos salidas con nuestros profesores, la primera fue una excursión a Antequera, donde nos empapamos del arte de sus iglesias y conventos; la segunda fue el viaje de fin de bachillerato a Córdoba, acompañados de Eduardo García Rodeja, Elena Villamana y Ángel Blázquez; allí visitamos la ciudad, la Mezquita y Medina Zahara. Y también hubo alguna excursión nocturna sin  tutela.
De aquel grupo, dos de nuestros compañeros destacaron prontamente en otras actividades:
Juan Manuel Pozo de la Torre, que inició su carrera taurina, para convertirse en un novillero puntero, con grandes posibilidades en el arte de los toros.
Rafael Peláez González, buen atleta, que batió el record nacional juvenil de lanzamiento de jabalina con una brillante marca de 47,53 metros.
Creo que hoy es un buen día para todos, un día de recuerdos y nostalgias, porque algunos de nosotros, que compartimos juegos, charlas, buenos y malos ratos y en algunos casos verdadera amistad, nos volvemos a ver después de 50 años sin contacto alguno.
¡Dentro de un rato brindaremos por este reencuentro!
Antes de finalizar quiero agradecer  a José Antonio Villegas su iniciativa para organizar este acto, su trabajo de investigación para localizar a cada uno de nosotros y también por haberme proporcionado datos y anécdotas que conserva en su privilegiada memoria.
Ahora van a dirigirnos unas palabras nuestros profesores:


Adelaida Samper que nos enseñó y soportó en 1º, 3º  y 6º.


Miguel Ángel del Pozo, leonés de nacimiento pero malagueño por vocación, que llegó muy joven a Málaga para dirigir la, entonces recién inaugurada, Ciudad deportiva de Carranque y que debutó con nosotros como profesor de  Educación física.

Muchas gracias.

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