domingo, 25 de septiembre de 2011

EL CAMINO AL INSTITUTO




Cada año, al llegar el mes de junio, me vienen a la memoria los últimos días de clase en el instituto Nuestra Señora de la Victoria – y único que entonces había en Málaga – situado en la calle Gaona, pues las vacaciones de verano eran ya inminentes.

Durante todo el año, desde finales de septiembre en que se iniciaba el curso, habíamos recorrido cada día cuatro amigos condiscípulos del centro, el camino desde la calle Ancha del Carmen en el barrio del Perchel, hasta el instituto, para lo que teníamos siempre concertado un punto de cita.

Como ninguno disponía de reloj, el más madrugador, esperaba a los otros en el quiosco de pipas, caramelos y revistas, que había frente a las escaleras del puente de Tetuán, en la margen derecha del río Guadalmedina. Quedábamos citados allí, porque la espera se amenizaba mirando las portadas de los tebeos del Capitán Trueno, el Guerrero del Antifaz y otros, que el quiosquero, para protegerse del sol, y a la vez promocionar su negocio colocaba en los cristales de su barraca de madera.

Recuerdo, que al otro lado de la calle, había unas ruinas – decían que de cuando la guerra civil - en donde, haciéndonos los remolones para ir a clase, vimos rodar algunas escenas de la película “El perfume del misterio”, la primera cinta con olor, que resultó un fiasco en su estreno, por el batiburrillo de aromas que se organizó en la sala, al no poder eliminar los ya introducidos, que se mezclaban – de forma inevitable – con los posteriores.

Siguiendo la margen del río, nos dirigíamos después al puente de Santo Domingo, más conocido como “el de los alemanes” por una placa que empezaba diciendo “Alemania donó a Málaga este puente...” por donde cruzábamos el río hacia su otra orilla.

El puente fue regalo a la ciudad por aquel país en agradecimiento al auxilio a unos náufragos germanos en el siglo XIX, y que supuso a la ciudad - por real cédula – agregar el título de “muy hospitalaria” a su escudo.

Durante el trayecto, nuestros temas de conversación eran siempre las películas que – de reestreno y en programa doble - habíamos visto el domingo anterior en el cine “Plus Ultra”, el “Capitol” o todo lo más el “París” ya que el “Albeniz” o “El goya” - además de que proyectaban tan solo una película - eran prohibitivos para nuestras economías, o bien discutiendo sobre cual sería el coche que nos compraríamos, cuando - algún día – tuviésemos dinero.

Si subíamos la calle Carretería con el paso ligero, solíamos llegar a la puerta del instituto cuando estas aún permanecían cerradas, y al poco, Barrios - el bedel mayor-asomaba su calva cabeza y emitía un gruñido que podía interpretarse como su saludo de buenos días.

Luego, de pie en la entrada, con su gorra encasquetada, y su uniforme gris con los botones dorados y perfectamente abrochados, repartía genuflexiones y bisagrazos a la llegada del director, jefe de estudios y profesores, lo que simultaneaba - con parecida cadencia - con capones y tirones de orejas, a los alumnos, ante cualquier atisbo de lo que él considerase indisciplina, mientras nosotros formábamos las filas para – por cursos – entrar en las aulas.

Nunca, ningún padre – que yo sepa – vino a quejarse por la actitud de Barrios, ni el director, pese a conocerla, hizo tampoco nada por modificarla.

En realidad, nosotros éramos los primeros interesados en que tal cosa no sucediese, porque cuando alguna vez esto sucedía, indefectiblemente, nuestros progenitores siempre nos atribuían a nosotros la culpa de todo.

Fuimos – cada vez lo veo más claro - la generación sándwich, porque primero nos gritaron nuestros padres y luego – muy poco después - lo hicieron nuestros hijos...

J.M.Hidalgo

Publicado en el periódico digital http://www.ymalaga.com/autor/jos%E9+mar%EDa+hidalgo/ el día 18 de junio del 2009.

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