sábado, 31 de diciembre de 2011

AQUELLOS DÍAS DE OCTUBRE




Un mes después de la peripecia del examen de ingreso, empecé como estudiante de primer curso de bachillerato en el instituto de la calle Gaona de Málaga y los recuerdos que a mi mente vienen, lo hacen mezclados con el vago temor, a lo que la disciplina de las aulas significaba, la tristeza infinita al abandonar mi casa y la libertad del verano, sin olvidar la llegada de los días más cortos, los primeros fríos y las madrugadas para ir a clase. Pero lo peor era la gente con la que me relacionaba.

En cuanto en el instituto advertían la presencia de un “chico de pueblo”, todos veían en él presa fácil, para las novatadas - más o menos civilizadas - de que podían hacerte objeto. Una de las más comunes era la de “la llave del manganeso”.

Antes de hablar de ella, se hace preciso concretar, que todas las llaves y puertas del edificio docente, eran controladas por el bedel mayor - apellidado Barrios - ex guardia civil, que conservaba aún, pese a los años que llevaba en el puesto, el recuerdo del tricornio sobre su calva frente y la mentalidad cuartelera de cuando hacía vigilancia vestido de verde, en un puesto rural de la serranía de Córdoba.

Nuestro hombre, que con el director y el jefe de estudios, era el más servil de los tiralevitas, se comportaba en cambio como un tirano con los estudiantes y mucho más si pertenecían a cursos inferiores. Eran proverbiales los capones, que en el patio del recreo solía impartir de forma generosa, ante la más mínima señal que él considerase indisciplina. Por estas prendas y otras más que atesoraba, nuestro bedel era el terror general del alumnado.

Eran mis primeros días en el centro y todo me parecía extraño, cuando al pasar frente a las aulas de quinto curso, me llamó uno de los veteranos. - Ven aquí “pipiolo” - dijo en tono imperativo - acércate a Barrios, y pídele de parte del profesor de física, la llave del manganeso, y date prisa, que no tenemos toda la tarde... Tan rápido como pude, me dirigí al habitáculo ocupado por el bedel mayor - una cabina de cristal y madera situada junto a la entrada - desde donde nuestro personaje controlaba como implacable cancerbero, todo lo que en el instituto se movía.

- Buenas Don Barrios - expuse con voz entrecortada al uniformado personaje, del que aún ignoraba su nombre de pila - que me envía el profesor de física, para que me entregue la llave del manganeso...

No pude acabar la frase, la mole humana de casi dos metros se puso en pie y gritó con estentórea voz, -¡Fuera de aquí... pero, ¿qué se habrá creído este mocoso?... A tomar el pelo te vas a tu casa...! y un cúmulo de otras lindezas que no llegue a oír, pues corrí tan rápido como pude, antes de que uno de sus capones, hiciese blanco en mi colodrillo. Pero la más peligrosa de todas, era la novatada del fanático.

Bajando por la derecha de la calle Dos Aceras, y antes de llegar a la de Carretería, había un taller de zapatero remendón, de aquellos que entonces visitábamos con frecuencia, porque antes de tirar los zapatos se hacían sobre ellos todas las reparaciones imaginables que permitiesen alargar su vida, tanto que - a veces- tenían casi tantas partes añadidas como de origen.

Todas las paredes del taller, estaban empapeladas con carteles taurinos de Antonio Ordoñez, el torero de la tierra. El zapatero, era admirador incondicional del rondeño y en más de una ocasión se había enzarzado en discusiones - que frecuentemente llegaban a las manos - con partidarios de toreros distintos, o disidentes de la propia figura del maestro, que para él era un dios.

- No sé si sabes – me comentó un día a la salida un veterano – que cerca de aquí hay una calle con un eco, que se repite cinco o seis veces... Y el muy ladino, me fue aproximando al local en donde se ubicaba la zapatería a la que antes he hecho alusión, cuya existencia y características ignoraba.

- Este es el lugar... – dijo mientras me situaba de espaldas al taller.- Yo daré la voz y ya verás como suena - y colocándose a mi espalda, gritó con todas sus fuerzas en dirección al zapatero - ¡Antonio Ordoñez no vale na, y además es un cagao...! - y tan rápido como el viento, salió disparado del lugar.

Me quedé quieto como un pasmarote, sin advertir su marcha, ni oír – como era lógico - eco alguno, por lo que me volví para comentárselo. Justo a tiempo, porque una bota salía disparada del local, pasando por donde momentos antes estaba mi cabeza, e impactaba contra la pared y tras ella, apareció un energúmeno - mandil de cuero y martillo en mano - demandando a gritos mi hígado, al que - sin esperar saber cuales eran las razones de su actuación - esquivé corriendo hasta que dos calles más allá, desistió de su empeño en hacerme picadillo.

Al año siguiente, me sorprendí a mi mismo acompañando a un recién llegado de primer curso hasta el taller de zapatería, para enseñarle el maravilloso eco que aquella calle tenía...

La condición humana – amigo lector - es miserable y rastrera...

J. M. Hidalgo

sábado, 24 de diciembre de 2011

31_03_1960. Los alumnos de 6º van de excursión a la cueva de Menga

El día 31 de Marzo de 1960 los alumnos de 6º curso hicimos una excursión a Antequera para visitar la Cueva de Menga. Nos acompañó  Don Angel Blázquez, profesor de Geografía e Historia, conocido como  El Tosco. Se cree que el apelativo se le puso por su uso frecuente del adjetivo "tosco" para calificar a los utensilios poco elaborados producidos por los primeros pobladores de la Tierra.

Viendo estas fotos de cuando la mayoría de nosotros tenía 15 años, llama la atención la ropa que llevábamos, donde es muy frecuente el uso de corbata e incluso de chaqueta en algunos de nosotros. Íbamos vestidos para una ocasión especial, como era una excursión a otra localidad organizada por el Instituto.

Supongo que esta indumentaria no es la que llevarían hoy día los chicos de un Instituto que seguro es mucho más "casual" y no tan formal como la que usábamos en la época para estas ocasiones.

Raro es también que alguien dispusiera de una cámara fotográfica. No recordamos de quien era ni quien tiró las fotos. Por supuesto que debían ser en blanco y negro porque el color, aunque ya disponible en la época, tenía un precio prohibitivo.

Las fotos las ha facilitado Paco García Aguilar que las ha conservado durante todos estos largos años.


En la cueva de Menga. Con jersey blanco, agachado, Miguel Ignacio Valenzuela Martín. De pie, de derecha a izquierda, Antonio Sánchez Muñoz, Francisco José García Aguilar y Rafael Vertedor Sánchez. No puedo identificar a los demás después de 51 años

Los dos delante de la fuente: Rafael Vertedor y Paco García Aguilar. En el grupo de atrás, Rafa Peláez, alguien oculto que no identificamos, Andrés Vázquez Lobato y Gaspar Gil Rivas. El chico que está en primer plano a la izquierda y desenfocado no está identificado

De izquierda a derecha, Miguel Ignacio Valenzuela Martín, Francisco José García Aguilar,
Antonio Sánchez Muñoz y Rafael Vertedor Sánchez

Si alguien reconoce a alguno de los estudiantes no identificados en las fotos le agradecería me lo indicara por correo a la siguiente dirección: rversan@gmail.com

domingo, 11 de diciembre de 2011

Algunas fotos de Gaona

Más abajo, hemos puesto algunas fotos del Instituto de calle Gaona que amablemente nos ha enviado el Profesor V.M. Heredia Flores y que nos permiten poner nítidas imágenes a los recuerdos de nuestro paso por ese Instituto, si bien algunas son anteriores a los años en los que estudiábamos allí.

Patio y conserjes
Otra vista del patio


Gabinete de Física


Clase de dibujo

Entrada a la clase del jardín

Entrada a la clase del jardín

sábado, 3 de diciembre de 2011

Testimonio del Profesor D. Gonzalo Sánchez Vázquez

El profesor Heredia Flores, V M nos ha enviado fotos del Gaona así como otros documentos con referencia al Instituto. En esta entrada publicamos lo que el mismo profesor nos indica:
El testimonio que depositó en el Instituto D. Gonzalo Sánchez Vázquez, matemático y creador de las Olimpiadas Matemáticas Thales.

También hay una referencia a D. Eduardo García Rodeja en este escrito.



viernes, 11 de noviembre de 2011

F.E.N.


Hace unos meses me enteré – a pelota pasada como suele suceder con estas cosas – de la muerte en Málaga de mi antiguo profesor de F.E.N, en el instituto de la calle Gaona.

Para los que aún no pasan de los cuarenta, debo decir que bajo estas siglas se escondía el nombre de una de “las marías”, asignaturas que constituían el núcleo endeble de los estudios de bachillerato y que eran Formación del Espíritu Nacional, Religión y Gimnasia.

Cuando un trimestre habías hecho el perro en clase y las notas al final lo evidenciaban, siempre te cabía el recurso de decir -“¡Pero tengo tres aprobadas...!” Esas tres eran - naturalmente - “las marías” a las que hago referencia, y que casi nadie solía suspender con solo asistir a clase...

La asignatura de F.E.N. - para entendernos - era una especie de Educación para la Ciudadanía del franquismo, y en ella se destacaban los valores nacional sindicalistas del sistema, y se ensalzaba el sacrificio, la disciplina y la obediencia al mando, como esenciales en el devenir futuro de los estudiantes.

El profesor al que me refiero - Don Luis – al que se conocía coloquialmente entre los estudiantes como “el político”, era un hombre a quien el sistema - al que con devoción servía - trataba de la peor manera que imaginarse pueda.

Cierto es que en aquella época ni los catedráticos nadaban en la abundancia, pero en el caso de Don Luis, este se debatía casi en la indigencia. En invierno siempre acudía a clase provisto de varios jerséis sobrepuestos y embutido luego por una pelliza, que - a juzgar por su estado sobado y reluciente - había soportado muchos fríos en uso y en cuyas mangas, para evitar que asomasen los hilos que constituían su estructura, se habían agregado de forma artesanal unas coderas, de un color más o menos parecido al de la prenda.

Pese a todo, Don Luis loaba sin descanso los logros del régimen y repetía incansable las glorias pasadas de un imperio extinto, del que – según decía - había surgido el presente.

Cada año, entre los trabajos del curso, debíamos confeccionar un periódico personal, al que había de darse nombre formato y contenidos, siendo todo ello supervisado luego por nuestro hombre.

Se completaba la asignatura, con la lectura comentada del libro “Luiso. María, matrícula de Bilbao” de José María Sánchez Silva, sobre las vivencias del niño que daba nombre al libro, hijo del capitán del buque en que la acción transcurría y sus peripecias a bordo durante un verano. Este libro fomentaba la moral al uso y los valores de solidaridad y camaradería, y supuso - de rechazo - librarnos de los anteriores infumables manuales doctrinarios de la asignatura.

Pero volvamos al periódico. Aquel año, tras rechazar varios nombres porque ya “estaban cogidos”, me fue aceptado aunque a regañadientes “por poco patriótico” el de Águila, teniendo mucha importante el título pues la portada había de ser alusiva a este, mediante un dibujo.

El problema surgió con los contenidos, que debían aludir – por fuerza - al régimen... Para hacerlos me sirvió de inspiración la Cuba de Castro, que ya entonces daba mucho de si. Los habaneros acababan de poner, de patitas en un avión a nuestro embajador, por contradecir al dictador caribeño que – a su vez - había tachado de dictador al que entonces teníamos aquí, y eso - por lo visto - entre colegas se llevaba fatal...

Así pues, como pude, redacté un artículo resaltando como era lógico, si es que quería aprobar, tanto lo malo del barbudo, como lo bueno de nuestro generalísimo.

Pero todo resultó en vano. Don Luis, después de leer con gesto adusto mi redacción, me llamó a capítulo para decirme que en la crítica del cubano no había sido lo bastante enérgico, y sobre todo que había hecho un paralelismo intolerable al decir, que era una paradoja el que fuese tan sospechoso llevar barba en España, como no llevarla en Cuba, porque “evidentemente no era lo mismo”...

Aquel trimestre una de las “marías” estaba suspensa... Mis padres, al ver el boletín de notas, no podían dar crédito a sus ojos. Por suerte – en aquella ocasión - la Historia, la Literatura y el Latín, actuaron en mi defensa y me libraron de la paternal hoguera...

Descanse en paz Don Luis...¡Quien le iba a decir que la familia Castro, a quien él auguraba - como mucho - un par de años más de mandato, le sobreviviría aún en el poder!.

J.M.Hidalgo

Publicado en el bloc del autor en el periodico digital ymalaga.com

martes, 8 de noviembre de 2011

El tranvía para ir al Instituto… y a la playa

Todos los días de clase tenía que desplazarme al Instituto de calle Gaona desde mi casa, situada en la zona de la carretera de Cádiz, en una pequeña calle paralela a la actual Avenida de la Paloma.
Iba andando hasta la parada del tranvía en calle La Hoz, en el barrio de Huelin y allí lo tomábamos mi primo, Antonio Sánchez Muñoz, y yo.  Mi primo vivía en el número 2 de esa calle, en la llamada casa de los espantos, pero en esa época - años 50 - nadie recordaba cual era la causa de ese nombre si bien se suponía que una antigua leyenda relataba la aparición de espíritus en ese caserón en el pasado. 

El trayecto del tranvía recorría las calles La Hoz, Ayala, Cuarteles, Puente de Tetuán

Tranvía pasando por el Puente de Tetuan

y la calzada derecha de la Alameda y terminaba en la esquina con calle Córdoba.

Nos bajábamos y nos dirigíamos al Instituto. Cruzábamos  la Alameda hacia Puerta del Mar cuando el guardia que dirigía el tráfico subido en su “queso” nos daba paso. Continuábamos por calle Nueva… Mártires… Dos Aceras y ya Gaona, más de una hora después de haber salido de casa.

Al regreso, normalmente José Antonio Villegas volvía con nosotros. El también cogía el tranvía aunque su trayecto era más corto porque  vivía en la Casa Cuartel de la Guardia Civil que había en la Carretera de Cádiz – actual Héroes de Sostoa – cerca de la Estación de Ferrocarriles.

Un día, cuando yo no había regresado todavía del Instituto, se acercó a mi casa, en calle Osorio Valdés, 1,  un hombre que conocía a mi familia de forma lejana,  y le preguntó  a mis padres, para confirmar sus sospechas,  si su hijo se llamaba Rafael,  solía coger el tranvía e iba acompañado de otro muchacho de edad similar a la mía. Así era, yo utilizaba todos los días el tranvía e iba al Instituto con mi primo. El hombre le informó a mis padres que yo había tenido un accidente con un tranvía y que me habían trasladado al hospital. Mis pobres padres, con toda la angustia que se puede suponer, corrieron hasta el centro sanitario y al llegar fueron conducidos hasta donde estaba la persona herida. Mi padre, que se había adelantado, lo primero que percibió antes de verle la cara al accidentado fue que el chico que estaba en la cama era de menor volumen corporal que yo. Cuando se aseguró definitivamente de que no era yo, suspiró con gran alivio, aunque con el dolor de ver a un menor herido: “No es mi hijo”. El resultado del accidente fue que el chico perdió una pierna. Se había dado una coincidencia de datos que había dado lugar al equívoco. El niño herido vivía en calle Osorio, relativamente cerca de la calle donde yo vivía, Osorio Valdés,  se llamaba Rafael, igual que yo y viajaba  acompañado de otro niño, como  yo con mi primo.

Afortunadamente no eran frecuentes los accidentes con los tranvías, a pesar de que la 





seguridad  no era una de las características  de su diseño, ni figuraba entre los usos y costumbres de la época observar unas mínimas precauciones, como puede observarse en las fotos de la época.

 Tenía dos plataformas, delantera y trasera, totalmente abiertas, sin puertas y la gente se solía subir y bajar aun estando el vehículo en marcha. Incluso nosotros, los niños, lo hacíamos. Habíamos aprendido a tirarnos en marcha, y así lo hacíamos  si queríamos quedarnos en un punto determinado del trayecto para no tener que llegar andando después, desde la parada. Eso sí, siempre lo hacíamos desde la plataforma trasera, para que en caso de caída no nos cogieran las ruedas del tranvía.

En verano también utilizábamos  el tranvía para ir a la playa.  Los chicos de la pandilla que vivíamos en la Barriada Girón y sus proximidades tomábamos el tranvía en la parada que se encontraba a la altura de un bar llamado  El Velero,  situado en la esquina del Camino de la Misericordia - actual Avenida Sor Teresa Prat -  con la calle Comercio - actual calle Vicente Aleixandre – de la Barriada Girón. El tranvía nos llevaba hasta el final de la Avenida, donde estaba  la Casa de la Misericordia - actual Centro Cívico – dedicado a la acogida de niños necesitados.

Desde allí íbamos andando hasta el espigón de la Térmica, donde pasábamos todas las mañanas de los veranos, bañándonos, pescando pulpos y jibias, jugando a la pelota y tratando de ligar con las niñas.  Todos  aprobábamos en junio y nos podíamos permitir unas vacaciones libres de estudios.

A veces, más por travesura de niños que por necesidad económica, viajábamos en el tope del tranvía cantando una canción con la melodía de la famosa canción napolitana O sole mío y con la siguiente letra: O tope mío, qué bien se va, venga quien venga, no he de pagar. O tope, o tope mío…
Nos jactábamos de que el viaje no nos iba a costar ni una gorda -  o perra gorda- , expresión popular de la época para indicar que algo no valía prácticamente nada - una gorda o perra gorda era la denomicación popular para la moneda de 10 cent. de peseta, equivalente a 0,00060 € actuales -


Alguna vez ocurrió que el  cobrador se enfadaba y nos arrojaba arena, tomándola del depósito que llevaba el tranvía y cuyo verdadero uso no era ese, sino echarla sobre las vías para aumentar el rozamiento  con las ruedas, evitando así que patinaran.
El tranvía con su "tripulación": el conductor y el cobrador, que llevaba la cartera con el dinero y los billetes colgada del hombro

En otras ocasiones,  solíamos “negociar” con el cobrador para hacer el viaje normalmente pero a mitad de precio. Había un amigo, 3 ó 4 años mayor que el resto de la pandilla, que se encargaba de hacer el trato. Le decía: “Compañero, vamos a hacer un arreglillo, hombre, que estamos ahorrando para irnos a Alemania  – eran los tiempos de la emigración, aunque nosotros no estábamos en esa tesitura - . Tu no nos das el billete y nosotros te damos la mitad de lo que vale el viaje”. Hay que decir que la mayoría de los  cobradores no aceptaban y en eso caso teníamos que pagar el importe completo. En ese trayecto no solía haber Inspectores o Revisores que comprobaran si llevabas  billete, pero si se subía alguno y habíamos hecho el “arreglillo”, teníamos que bajarnos aun tirándonos en marcha.

El tranvía dejó de rodar por las calles de Málaga el 31 de Diciembre de 1961

sábado, 29 de octubre de 2011

Fotos de Gaona

El Sr. Heredia Flores, Victor M.  muy amablemente nos ha remitido varias entrañables fotos del Instituto Gaona y también caricaturas, que tal como él mismo nos cuenta han sido
extraídas de la revista "El Instituto de Málaga", que editó el director del centro Luis Muñoz-Cobo entre 1929 y 1931. La revista, pese al título y el contenido, era de su propiedad, y desapareció cuando lo destituyeron de la dirección.


    Fachada del Instituto y Patio y escalinata jardín


    Jardín



Salón de actos

Caricatura examen de ingreso

Caricatura examen

La poesía que incluimos a continuación no fue publicada en la revista, sino que fue entregada por un antiguo alumno al archivo del Instituto, sin que se conozca el nombre del autor.


Don Alfonso Pogonosky fue catedrático  de Literatura que nuestra promoción 54-60 no conoció porque ya estaba retirado cuando nosotros estudiábamos en el Instituto, aunque sí recordamos que  D. Eduardo García Rodeja - su nombre de pila era Eduardo  y no  Rafael como erróneamente  se menciona al pié de la poesía - lo mencionaba de vez en cuando en clase. Bueno, en cierto modo tendríamos que estar contentos de no haber tenido otro "hueso" más como profesor, además del propio  Rodeja. 

Queremos agradecer al Sr. Heredia Flores su gentileza por habernos enviado este valioso material.

domingo, 23 de octubre de 2011

EL EXAMEN DE INGRESO


Si creyese en el destino, pensaría que cuando este decidió que en lugar de destripar terrones, hiciera otras cosas en mi vida, fue el día del examen de ingreso en Bachillerato.

La determinación de que estudiase, la comunicó mi padre a la familia durante la comida de un día del verano de mil novecientos cincuenta y ocho, siendo acogida con entusiasmo por mis cuatro hermanos, pese a que todos ellos seguían trabajando en el campo y ninguno había sido distinguido con tal cosa, actitud que, por cierto, jamás podré pagarles.

En el acto, se suspendió la excursión de aquella tarde con los amigos para bañarnos en el río Guadalhorce y siguiendo instrucciones de mi progenitor, me dediqué a buscar preceptor, el cual encontré en la persona de un maestro nacional que estaba de veraneo, con quien repasaría historia, matemáticas y prácticas de dictado, que era en lo que - en esencia - se basaba la complicación de la prueba. Con todo entusiasmo, desde aquel día me apresté a estudiar, pues ya había cumplido de largo los doce años y lo normal era acudir a ese examen con dos o hasta tres menos.

Y llegó septiembre y con él, el tan esperado día. Mi padre, que por escaldado, no se fiaba de la Renfe - la cual era tan incompetente como sigue siendo hoy - no quiso arriesgarse a salir en el rápido de las siete, que - en teoría - nos dejaba en el centro de Málaga, cuando faltaba aún una hora para el inicio del examen - aunque eso no sucedía jamás - y optó por viajar la tarde del día anterior y pernoctar en casa de una hermana de mi madre, que siempre nos acogía con los brazos abiertos, y donde acabé luego instalándome de ocupa todo el bachillerato.

La noche la pasé con los ojos como un mochuelo, y a las siete de la mañana y no bien mi padre hizo su primer movimiento, salté de la cama como un lebrel y en menos de cinco minutos estaba vestido y arreglado.

Aunque faltaban dos horas, decidimos “irnos acercando al Instituto de la calle Gaona”, y para ello dirigimos nuestros pasos a una cafetería del centro, donde otro hermano de mi madre trabajaba de encargado, y donde además de servir un chocolate con churros magnífico, no nos cobraban jamás. El tío Antonio, nada más saber el motivo de nuestra presencia, nos obsequió con un soberbio desayuno que los nervios no me permitieron ni probar. Y fue entonces cuando sucedió la desgracia...

Mi padre llevaba, para ser usada en tal ocasión, su flamante estilográfica Parker, traída de contrabando - presuntamente desde América - y que resultó ser más falsa que un billete de seis euros, pues descargó toda su tinta en el bolsillo de la camisa, con lo que - además - le dejó esta absolutamente inservible.

Buscando solución al problema, mi tío nos mostró un flamante bolígrafo color negro con muy buen aspecto, aunque – según aclaró – tenía un inconveniente. El problema era que, el birome - este sí americano - había pertenecido a un marino de la Sexta Flota, y llevaba en él impresa, la imagen de una bella joven de rubia melena y brazos en alto, pudorosamente vestida. Cuando se pulsaba para usarlo, la modelo - como por magia - quedaba solo vestida con un pequeñísimo sujetador, que a duras penas lograba esconder sus generosas ubres y una braguita tipo tanga, de menor tamaño que lo que pretendía ocultar, y a la segunda pulsación ambas minúsculas prendas desaparecían por completo, quedando tal y como su madre la trajo al mundo, si bien que con – al menos – dieciocho años más.

Aunque mi tío reconocía que tal utensilio, no era el más adecuado para concurrir a un examen, al no disponer de otro se le ocurrió envolver con papel la parte comprometedora, y luego asegurarla con un elástico. “Si te preguntan, dices que te sudan las manos...” y como la excusa parecía perfecta, y el problema quedaba resuelto, nos encaminamos sin demora al lugar del examen, pues mi padre consideraba que llegar quince minutos antes de la hora, era llegar tarde.

El tribunal, lo componían tres personas, un cura, de dos metros de alto y poco menos de ancho - que era el presidente - y un hombre y una mujer, ella profesora de literatura y él de matemáticas, que actuaban respecto al sacerdote como las polillas con la luz, ya que este solo contaba con ellos, para que asintieran a sus actos.

Con estentórea voz, que debía oírse desde la calle, dictó el clérigo la prueba escrita; una fábula de Samaniego plagada de “bes y uves” y con más de una traidora “hache” entre sus frases. Y en esto estábamos cuando en uno de sus paseos - mientras arrastraba su sotana por el aula, como si fuese una mesa camilla - sus ojos se fijaron en mi enmascarado bolígrafo, y tras inquirir en mal tono ¿A ver, que tienes ahí...? de un manotazo me lo quitó, y en un santiamén, lo había desprovisto del elástico y papel que lo cubría, examinando este último minuciosamente, por delante por detrás y al trasluz, seguramente buscando si en él había algo escrito, que tuviese relación con el examen.

Mientras hacía esto, en su otra mano sujetaba el bolígrafo, desde el cual la yanqui me sonreirá de forma demoníaca, pues el cura, en tanto examinaba el sospechoso trozo de cuartilla, oprimía distraídamente el pulsador del birome, con lo que la rubia – sin él advertirlo – se hallaba en un provocativo, permanente y excitante estriptease.

Paralizado, bañado en sudor de pies a cabeza, e invadido del más profundo terror, acerté a decir con un hilo de voz– Es que sudo mucho....

¡Aahh…! fue toda la respuesta del clérigo, y a juzgar por como me encontraba en aquel momento, no debió costarle mucho el creérselo, devolviéndome goma, papel y bolígrafo acusador, al cual – aún no entiendo como - no miró en ningún momento. De haber descubierto a la descocada rubia gringa, no digo aquel año, sino ningún otro hubiese aprobado mi examen de ingreso, imaginándome para siempre tildado de degenerado, depravado y libidinoso, por aquella vociferante mole ensotanada.

Cuando al atardecer regresamos a casa, en un traqueteante e incómodo vagón de tercera, le pedí a mi padre la papeleta de examen. Bajo mi nombre, figuraba la palabra aprobado, y después el sello y la firma del secretario del tribunal... me sentía el ser más importante del mundo. Lo que no comprendí, hasta años después, fue que - en mi caso - aquello no era una simple papeleta de examen, sino el pasaporte hacia mi libertad.

J.M. Hidalgo

Publicado en http://www.ymalaga.com/blocs/carta+de+barcelona/un-examen-decisivo-lleno-de-anecdotas.37137.html el día 14/04/2010

jueves, 20 de octubre de 2011

El Museo de Ciencias Naturales del Instituto

En el siglo XIX se creó el Museo de Historia Natural del Instituto, que estuvo ubicado en calle Gaona hasta su traslado, en 1961,  a la ubicación actual de Martiricos  donde se encuentra ahora

Todos los alumnos hemos visitado alguna vez el Museo, bien en Gaona o en Martiricos.

Recientemente hemos tenido la oportunidad de visitarlo de nuevo gracias a la amabilidad de Don José Francisco Jiménez Trujillo, profesor de Historia, que nos ha contado algunas de sus singularidades.

En el video, al final de esta entrada, podemos ver imágenes del Museo  y escuchar lo que el profesor  Jiménez Trujillo nos ha relatado. También se puede acceder al video desde el enlace situado en el margen derecho del blog

Hay referencias a este Museo recogidas, entre otros, en los siguientes documentos:

  - La propia web del Instituto, a la que se puede llegar pinchando AQUÍ

  - Artículo de Manuel Garrido Sánchez, ornitólogo,  publicado en la revista Jábega,  descargable desde AQUÍ,

domingo, 16 de octubre de 2011

Recuerdos compartidos con el Instituto Femenino

El pasado 12 de Octubre recibimos un correo de María del Mar Reding, licenciada en Medicina, ex-alumna del  Instituto Femenino Vicente Espinel, situado en el mismo edificio de calle  Gaona. Mar es viuda de nuestro compañero de la promoción 1954-60, Angel Moreno Checa. En ese correo, que reproducimos a continuación,  nos cuenta algunos de sus recuerdos:

Mi estimado amigo:
No sé si sabrás que yo soy antigua alumna del " Vicente Espinel", como se llamaba el Instituto Femenino que compartía edificio con el vuestro, el Masculino, en calle Gaona. Desde preparatorio hasta Preu estudié allí y tengo gran cariño al Centro y a algunos de los catedráticos, como D. Pedro Sánchez Mantero, hermano de vuestro D. Remigio, la Srta. Sanz Cuadrado, equivalente en materia impartida a vuestra Dª Elena Villamana, - que se cuenta os decía para que atendierais: "niños,niños,....todos mirándome a mí" - , etc. Me acuerdo de D. Fulgencio Egea, de Dña.Margarita Franco, D.Luis Romero Porras, D. Valentín Aldeanueva, que nos dio clase también a las chicas ...La Vaca Griega
Como en un tiempo compartimos edificio, y como dijo Miguel Angel del Pozo el día de la celebración del 50º aniversario de la graduación de vuestra promoción, 1954-60, patio para gimnasia y deportes, siempre cuidando que no coincidiéramos, ni siquiera nos viéramos, ni de lejos, ¡ mucho cuidado !, tengo recuerdos de esa época que te pueden ser útiles para el blog.
Antes de salir al patio para la clase de gimnasia con Concha Secal, nuestro bedel se asomaba al patio, para comprobar que todos los chicos habían desaparecido por completo del mismo. Nosotras esperábamos en el zaguán que había entre la portería y el pequeño patio de la fuente encima de la escalera, hasta que nos decía que podíamos bajar.
Para conmemorar el Día del Libro, se llevaba a cabo un acto académico en el que coincidíamos profesores y alumnos de ambos Institutos. Ese día se eliminaban las clases. Creo que se instituyó cuando le dieron el Nobel a Juan Ramón Jiménez.
Recuerdo que a esa celebración se le daba una gran solemnidad. En aquel enorme salón de actos, al fondo, había una tarima a unos cuarenta centímetros de altura sobre el suelo, donde se situarían los catedráticos. A ambos lados del salón, separados por el pasillo, los alumnos. A un lado los chicos, y al otro lado las niñas.
Cuando ya estábamos situados los alumnos, haciéndose esperar, llegaban los dos Claustros, desfilando por el pasillo con sus respectivos directores al frente, y subían al estrado. Después de un discurso que aludía a la conmemoración del Día del Libro entregando ejemplares como premios a los mejores alumnos y en el que se ponía como ejemplo a los alumnos que ese año se hacían acreedores al premio por sus buenas notas del curso anterior. Luego se procedía a nombrar a cada uno de ellos, subiendo a recoger un libro entregado por el catedrático junto con un apretón de manos y enhorabuena correspondiente. Primero iban los del Instituto Masculino, después las de Femenino. Que así era como nos referíamos a nuestros Institutos entonces.
Yo no sé en vuestro caso, pero en el Femenino, el libro pasaba de profesor a profesor entregado en clase por la alumna, satisfecha y eufórica por haberlo conseguido, para que pusieran una dedicatoria y firma como recuerdo.
Aunque ahora se dice que Machado no se nombraba en las clases de aquella época, entre los libros que se regalaron, me consta que había libros de Antonio Machado y de Juan Ramón, y por supuesto que en clase de Literatura se estudiaron dándoles el mérito que tienen. La poesía de Machado la estudiamos ampliamente, como corresponde.
Bueno, por hoy no te doy más la lata. Te agradezco mucho la información sobre la muerte de Jose Antonio, que me ha impresionado mucho. Era una persona encantadora, simpático, ocurrente y de gran valía.
Recibe un saludo muy afectuoso, atte
María del Mar Reding
Muchas gracias, Mar, por traernos tus recuerdos, que se unen a los nuestros.

Te animo a que sigas contándonos cosas que nos ayuden a evocar la época en que éramos estudiantes en Gaona

jueves, 13 de octubre de 2011

Exámenes de Ingreso de los genios

Hace unos días me pasé por el Instituto de Martiricos con la idea de encontrar en sus archivos algún documento, información escrita o gráfica,  que nos recordara los tiempos de Gaona.

Nos atendió muy amablemente el profesor de Historia de este centro, Don José Francisco Jiménez Trujillo, que nos ha facilitado diversa información de interés que pondremos en el blog. Desde estas líneas queremos expresarle nuestro más sincero agradecimiento al profesor.

En el archivo del Instituto se encuentran los exámenes de Ingreso en Bachiller de los alumnos. Le pedí al profesor que nos facilitara la de algunos de nosotros, pero el estado en que se encuentra el archivo no es el mejor que se puede desear y al menos por el momento, no ha podido encontrar los del año 1954.

Sin embargo sí nos ha facilitado una copia de las fotos hechas por Rafael Fernández, de las pruebas escritas de Ingreso de los genios que pasaron por Gaona. Se puede acceder a los exámenes pinchando en los nombres. Estos genios son, nada más y nada menos que (citados por orden cronológico de la fecha del examen):


Pablo Ruiz Picasso
José Ortega y Gasset
Vicente Aleixandre y Merlo
Severo Ochoa de Albornoz
Sobre el examen de Ingreso de Picasso, hay un interesante artículo de Isabel Rodriguez Alemán, publicado en JABEGA, núm. 21 de 1978, al que se puede llegar desde AQUÍ

La prueba escrita consistía en un dictado y una operación aritmética. Es curioso  el pequeño error que se observa en la división que hace Severo Ochoa. El cociente y el resto están bien pero en la linea que hay inmediatamente debajo del dividendo aparece 5882, en lugar de 5832 que sería lo correcto. Una linea más abajo Ochoa escribe 6009 que está bien, pero no respecto a 5882 que él escribe erróneamente.  Esto hace pensar que hizo la división correctamente en otro papel y se equivocó al copiarla al papel del examen.

Tan solo Severo Ochoa continuó sus estudios en Gaona. La familia de Picasso se trasladó el mismo año  del examen, a La Coruña. Ortega y Gasset estudió en Málaga, en el Colegio San Estanislao de Kostka de los jesuitas, en El Palo. Vicente Aleixandre se trasladó con su familia a Madrid el año siguiente al de la prueba de ingreso.

Creo que muchos de nosotros no conocíamos esta circunstancia de que tantos ilustres personajes  - salvo el caso más conocido de Severo Ochoa - se sentaron por más o menos tiempo en los pupitres de las mismas aulas donde nosotros nos educamos y al saberlo, uno no deja de sentir un cierto punto de emoción.

domingo, 25 de septiembre de 2011

EL CAMINO AL INSTITUTO




Cada año, al llegar el mes de junio, me vienen a la memoria los últimos días de clase en el instituto Nuestra Señora de la Victoria – y único que entonces había en Málaga – situado en la calle Gaona, pues las vacaciones de verano eran ya inminentes.

Durante todo el año, desde finales de septiembre en que se iniciaba el curso, habíamos recorrido cada día cuatro amigos condiscípulos del centro, el camino desde la calle Ancha del Carmen en el barrio del Perchel, hasta el instituto, para lo que teníamos siempre concertado un punto de cita.

Como ninguno disponía de reloj, el más madrugador, esperaba a los otros en el quiosco de pipas, caramelos y revistas, que había frente a las escaleras del puente de Tetuán, en la margen derecha del río Guadalmedina. Quedábamos citados allí, porque la espera se amenizaba mirando las portadas de los tebeos del Capitán Trueno, el Guerrero del Antifaz y otros, que el quiosquero, para protegerse del sol, y a la vez promocionar su negocio colocaba en los cristales de su barraca de madera.

Recuerdo, que al otro lado de la calle, había unas ruinas – decían que de cuando la guerra civil - en donde, haciéndonos los remolones para ir a clase, vimos rodar algunas escenas de la película “El perfume del misterio”, la primera cinta con olor, que resultó un fiasco en su estreno, por el batiburrillo de aromas que se organizó en la sala, al no poder eliminar los ya introducidos, que se mezclaban – de forma inevitable – con los posteriores.

Siguiendo la margen del río, nos dirigíamos después al puente de Santo Domingo, más conocido como “el de los alemanes” por una placa que empezaba diciendo “Alemania donó a Málaga este puente...” por donde cruzábamos el río hacia su otra orilla.

El puente fue regalo a la ciudad por aquel país en agradecimiento al auxilio a unos náufragos germanos en el siglo XIX, y que supuso a la ciudad - por real cédula – agregar el título de “muy hospitalaria” a su escudo.

Durante el trayecto, nuestros temas de conversación eran siempre las películas que – de reestreno y en programa doble - habíamos visto el domingo anterior en el cine “Plus Ultra”, el “Capitol” o todo lo más el “París” ya que el “Albeniz” o “El goya” - además de que proyectaban tan solo una película - eran prohibitivos para nuestras economías, o bien discutiendo sobre cual sería el coche que nos compraríamos, cuando - algún día – tuviésemos dinero.

Si subíamos la calle Carretería con el paso ligero, solíamos llegar a la puerta del instituto cuando estas aún permanecían cerradas, y al poco, Barrios - el bedel mayor-asomaba su calva cabeza y emitía un gruñido que podía interpretarse como su saludo de buenos días.

Luego, de pie en la entrada, con su gorra encasquetada, y su uniforme gris con los botones dorados y perfectamente abrochados, repartía genuflexiones y bisagrazos a la llegada del director, jefe de estudios y profesores, lo que simultaneaba - con parecida cadencia - con capones y tirones de orejas, a los alumnos, ante cualquier atisbo de lo que él considerase indisciplina, mientras nosotros formábamos las filas para – por cursos – entrar en las aulas.

Nunca, ningún padre – que yo sepa – vino a quejarse por la actitud de Barrios, ni el director, pese a conocerla, hizo tampoco nada por modificarla.

En realidad, nosotros éramos los primeros interesados en que tal cosa no sucediese, porque cuando alguna vez esto sucedía, indefectiblemente, nuestros progenitores siempre nos atribuían a nosotros la culpa de todo.

Fuimos – cada vez lo veo más claro - la generación sándwich, porque primero nos gritaron nuestros padres y luego – muy poco después - lo hicieron nuestros hijos...

J.M.Hidalgo

Publicado en el periódico digital http://www.ymalaga.com/autor/jos%E9+mar%EDa+hidalgo/ el día 18 de junio del 2009.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Don Eduardo García Rodeja (cont.)

Complementando la excelente entrada anterior de José María Hidalgo sobre Don Eduardo García Rodeja, el catedrático de Física y Química que tanto nos impactó a todos los que nos dió clase, añado aquí algunos datos más.

Abundando en el terror que sentíamos cuando examinaba la lista de alumnos para decidir a quien iba llamar al estrado para preguntarle sobre el tema del día, recuerdo que en nuestra clase de 6º el listado de alumnos estaba en una hoja donde en el anverso figuraba la mayoría y en el reverso solo estábamos unos pocos, los que no habíamos cabido en el anverso y que éramos los últimos por orden alfabético, Valenzuela Martín, Váquez Lobato, Vertedor Sánchez, Villegas Alés..... Así que cuando volvía la hoja del reverso las probabilidades de que nos tocara a uno de nosotros eran mucho más altas y los... quiero decir, el corazón, al máximo de pulsaciones, se nos subía a la garganta, mientras los del otro lado de la hoja respiraban aliviados.




En esta foto, tomada de un artículo de Victor M. Heredia Flores publicado en  la revista Jábega, que a su vez la tomó del archivo del IES Vicente Espinel, le vemos cuando era joven, en la misma clase que todos recordaremos, con aquella especie de estrado elevado sobre el resto del aula y adonde teníamos que subir angustiados cuando nos llamaba para preguntarnos sobre los temas de la asignatura correspondiente. Él se sentaba en la mesa situada a la derecha.


Recordamos todos su peculiar forma de puntuar en que el aprobado era 1,5, la nota más alta un 3 y la peor calificación, con la que "premiaba"   la ausencia total de conocimientos, o una barbaridad, era un humillante 00 . También existía el 1, que no llegaba al aprobado y el 2, equivalente al notable. Ni que decir tiene que había muy pocos doses y muchos menos treses.


La concesión del Premio Nobel de Medicina en 1959 a Severo Ochoa de Albornoz, que había sido alumno del Instituto, tuvo un fuerte impacto en el Centro. No todos los día teníamos en España un premio Nobel y menos que hubiera pasado por aquellas aulas. Aunque durante nuestro paso por Gaona hubo también otro premio Nobel: Juan Ramón Jiménez, al que se lo concedieron en 1956 y del que oimos hablar, de él y su obra, en nuestras clases de Lengua y Literatura.

El premio a Severo Ochoa tuvo una especial trascendencia en Don Eduardo por las frecuentes manifestaciones de reconocimiento del reciente premio Nobel  hacia su persona como motivador de su afición a las ciencias naturales. Rodeja se mostraba muy orgulloso de este reconocimiento y se encargaba de mencionarlo frecuentemente en clase.

En el siguiente artículo de Sur puede leerse

Ver artículo en Diario SUR
"Casi cuarenta años después de que Severo Ochoa abandonase Málaga, el Gaona le tributó un homenaje. Se celebró el martes 26 de enero de 1960 para festejar que su antiguo alumno había recibido el premio Nobel de Medicina en 1959. Con tal motivo se organizó en el centro una solemne sesión académica a la que asistieron las primeras autoridades de Málaga y catedráticos de la Universidad de Granada. Se descubrió una lápida en la galería del patio principal del edificio educativo.

La banda municipal de música amenizó el acto e interpretó el himno nacional. El recinto estaba repleto de alumnos, profesores y visitantes. Una vez descubierta la placa, intervinieron el rector de la Universidad granadina, Luis Sánchez Agasta, y García Rodeja, antiguo profesor de Ochoa, que aún seguía dando clase en el Gaona y cuyo nombre también aparecía en la lápida junto al del premio Nobel. La secretaria del instituto, la profesora Elena Villamana, dijo que lo que se estaba viviendo era una «hermosa lección» ".




En esta otra foto, tomada de la misma fuente que las anteriores, el profesor García Rodeja está a la izquierda junto con Severo Ochoa. Está tomada en un homenaje conjunto que el Ateneo de Málaga le hizo a ambos en 1971. En ella, Rodeja tenía 80 años según se dice en el artículo de Victor M. Heredia.

Nuestra promoción 54-60 lo recuerda más con el aspecto de esta foto que con el de la foto de arriba que debe corresponder a bastantes años antes de que nos diera clase a nosotros. Cuando estábamos en 6º, curso que terminamos en 1960,  once años antes, debería tener 69 años.

La relación de Rodeja con Severo Ochoa continuó en el tiempo y cuando Rodeja estaba próximo a los 85 años, fue invitado a participar en un homenaje a su antiguo alumno, al que no pudo asistir porque su condición física ya no era apta para desplazarse. Rodeja envió estas palabras para que fueran leídas en su nombre en el acto

Palabras de Rodeja

 Aún se encuentran otras referencias de Severo Ochoa a su antiguo profesor. Esta se produjo en la investidura del premio Nobel como doctor honoris causa por la Universidad de Málaga en 1987, donde recordando su etapa como estudiante del Instituto,  mencionaba una vez más a Rodeja  diciendo:

"El Instituto tuvo dos profesores de los que guardo un recuerdo especial. Uno de ellos, don Eduardo García Rodeja, de quien he hablado muchas veces. Don Eduardo era un joven profesor de Física y Química recientemente llegado al Instituto de Málaga. Yo cursé con él la Química en el sexto y último año. Don Eduardo fue la  persona que más influencia tuvo en mi formación en aquellos tiempos y quien, indudablemente, despertó con fuerza incontenible mi afición a las ciencias naturales. De que esta afición me inclinara hacia la Biología, fue responsable, sin duda, don Luis Muñoz-Cobo, magnífico profesor de Historia Natural. Esta afición sería ulteriormente intensificada, por don Juan Negrín, profesor de Fisiología de la Facultad de Medicina de Madrid" (Tomado del mencionado artículo de Victor M. Heredia Flores en Jábega)

lunes, 19 de septiembre de 2011

MI ADMIRADO Y TEMIDO PROFESOR


Han pasado casi cincuenta años y aún le recuerdo como si estuviese a punto de pronunciar mi nombre. Don Eduardo García Rodeja, era catedrático de Física y Química en el instituto de enseñanza media Nuestra Señora de la Victoria de Málaga, y sus clases - que tenían la peculiaridad de imprimir carácter a todo aquel que las recibiera - se impartían desde el cuarto curso de bachillerato en adelante.

Ya desde que ingresabas en el centro, los veteranos, cuando querían anunciarte un mal, te repetían siempre la misma frase. “Cuando llegues a Rodeja, sabrás lo que es bueno…”, y cuando habías oído más de diez veces la amenaza, comenzabas a mirar entre curioso, y asustado al personaje al que hacía alusión.

Así, no era extraño, que siempre que Don Eduardo caminaba por el patio, o algún lugar del vetusto edificio, un corredor de alumnos se abriese ante él como un abanico, para - de ninguna forma- interferir en su camino, mientras el más absoluto silencio se hacía a su paso, como si de alguien sagrado se tratase.

Mediana estatura, cabellos y bigote blancos bien cuidados, impecable traje recién planchado, y corbata combinada, eran su atuendo ordinario. Se movía por el edificio siempre con una negra cartera bajo el brazo, y se dirigía a los demás en una agradable media voz, rematando todas sus frases, con un “por favor” o un “muchas gracias”.

El casi terrorífico respeto que infundía Don Eduardo, se basaba, por una parte, en su extraordinaria preparación y exagerada exigencia, que se traducía en poco más de un treinta por ciento de aprobados por curso, y por otra, en la superioridad moral y cultural, que - hiciese lo que hiciese - siempre su persona irradiaba.

Jamás había utilizado en sus clases ningún tipo de violencia física, cosa nada extraña en la época entre sus colegas docentes, tal y como era el caso del profesor de religión, sacerdote del clero regular, que intentaba habitualmente, introducir la idea de Dios en las mentes de sus alumnos, a base de hostias, y no precisamente de las consagradas.

Entre las muchas cualidades de Don Ricardo, no se contaba - sin embargo - la modestia. Hacía pocos años que habían concedido el Nobel de Medicina al médico español Don Severo Ochoa, el cual fue en su época de bachillerato, alumno de nuestro hombre y era frecuente en sus disertaciones en clase, oírle hablar de ello con frases como: “Yo, señores - siempre nos llamaba así pese a nuestra edad - desde esta covacha, he logrado sacar un premio Nobel... ” y cuando decía esto, nuestras mentes atribuían más mérito al respetado profesor, que al propio Don Severo.

Pero lo cierto fue que al poco, el instituto organizó un homenaje a su brillante ex-alumno, contado con la presencia de este. Durante el acto, el agasajado recalcó en público emocionado - mientras abrazaba a su antiguo maestro - las lecciones aprendidas de él, las que - afirmó - había sido la base de su vida científica.
Si algo faltaba, esto acabó por consagrar por los siglos de los siglos, la eterna fama de genio del singular profesor.

Y fue en estas, cuando empezó el cuarto curso, y con él la fatídica asignatura. En un silencio sepulcral Don Eduardo hizo su entrada en el aula. Como movidos por un resorte, todos nos pusimos en pie, solo se oían los pasos del catedrático sobre las baldosas, y luego en la madera del estrado.

- ¡Siéntense!- ordenó desde la mesa con voz a la vez suave y enérgica. Luego comenzó a hablar en tono muy quedo, aunque perfectamente audible, pues el silencio era tal, que permitía percibir hasta el latir de nuestros propios corazones.

Disertó sobre el espíritu de la docencia, la grandeza del estudio, la camaradería en las aulas, el respeto, la amistad y el amor a los profesores…Su tono era amable, las frases bellas, estábamos embelesados escuchándole, ¿quién había dicho que Don Eduardo era un ogro?... todos estaban equivocados.

Con una sonrisa, se dirigió al auditorio y luego continuó - “Seguramente - dijo - a todos ustedes les habrán dicho desde siempre, que Don Eduardo García Rodeja es un hueso ¿verdad?, pues quiero aclararles, que se equivocan los que tal piensan, - y tras un deliberado silencio continuó,- ¡Don Eduardo Garcia Rodeja, no es ningún hueso, sino que es un esqueleto entero...!” y mientras concluía la frase alzando la voz, golpeó la mesa con la palma de la mano, y el ruido desplazó - al instante - todos nuestros corazones a las gargantas.

Desde aquel día, supe lo que era el terror, cuando don Eduardo deslizaba sus ojos sobre la lista de clase para llamar a alguien al encerado.

“Fulano de tal…” sonaba la voz del catedrático, en un espacio en donde parecía no existir ni aire, y mientras el designado se dirigía - blanco como el papel - al lugar del suplicio, un suspiro general de alivio se percibía en el resto de la clase. Ese día, la víctima no habías sido tú...

Aquel año fue el más largo de los quince vividos hasta entonces. Cuando al final de curso tuve que optar entre ciencias y letras, no lo dudé un instante... Volver con Don Eduardo era exponerse a morir de infarto, por eso puse una cruz, bien visible, eligiendo la segunda opción. El año siguiente, me esperaban, como alternativas, Latín y Griego.

No tardé en darme cuenta, que había salido de Herodes, para caer en Pilatos...

J.M. Hidalgo

Artículo publicado en el periódico digital ymalaga.com http://www.ymalaga.com/autor/jos%E9+mar%EDa+hidalgo/?page=9
el día 28-03-2010

domingo, 18 de septiembre de 2011

PRESENTACIÓN


Saludos a todos:

Queridos, y en una gran mayoría desconocidos, condiscípulos del Instituto de la calle Gaona – Nuestra Señora de la Victoria – como se llamaba en aquellos años.

Mi estancia en la calle Gaona, no se prolongó durante todo el bachillerato, pues creo recordar que fue en cuarto curso, cuando se iniciaron las tareas de reubicación en las nuevas instalaciones de Martiricos, en donde luego cursé Bachiller Superior y Preuniversitario.

Para los que tuvimos la ocasión de conocer ambos edificios, advertimos una radical diferencia entre ellos, contrastando la modernidad y funcionalidad del nuevo - así como sus goteras cuando llovía - con el carisma, la personalidad y el empaque del antiguo, al que por siempre nuestros recuerdos han quedado prendidos, por encima de los que pudieran también haber despertado el otro.

Prueba de esto que digo es que, como uno tiene la costumbre de emborronar papeles y darlos a leer a la gente a través de Internet, en ellos siempre he tenido recuerdos para mi antiguo instituto de la calle Gaona y sin embargo ninguno para su sucesor, porque este último era solo un lugar a donde ir a dar clase.

Por eso, cuando el otro día recibí un email de procedencia desconocida, cuyo encabezamiento era: “Eduardo García Rodejas” y que empezaba diciendo: “Te voy a tutear porque con toda seguridad coincidimos en el Instituto Gaona...”, el corazón me dio un vuelco, pues en realidad aquel mensaje de Rafael Vertedor, significaba el haberme encontrado con parte de mis viejas raíces.

Así pues, queridos amigos que un día ocupamos un mismo espacio y tuvimos las mismas inquietudes y temores, me sumo encantado a esta iniciativa de Rafael, para, rememorando el dicho de, “recordar es volver a vivir”, con la ayuda de vuestros recuerdos, dejar libre la mente y vagar de nuevo por aquel entrañable edificio, que un día fue nuestra vida...

Un fuerte abrazo a todos

José María Hidalgo López

sábado, 10 de septiembre de 2011

Promoción 1954-60. Cincuenta años más tarde I. Fotos

El 20 de Marzo de 2010 se celebraron  unos actos para conmemorar que habían pasado 50 años desde que nuestra promoción terminó 6º de Bachiller en el Instituto de la calle Gaona.
Yo personalmente no pude asistir porque dos días antes sufrí un accidente vascular que me mantuvo unos días hospitalizado. Situación la mía que lamenté doblemente por el problema en sí y por no poder asistir a esos actos junto con todos los compañeros.
Reproduzco a continuación algunos de las fotos que se hicieron en aquellos momentos.
Esta foto, hecha en el patio del Instituto puede descargarse del siguiente enlace, donde hemos añadido los nombres de los alumnos y profesores. Una vez bajada y abierta con Adobe Reader,  ampliar al 200% y situando el cursor sobre el círculo que aparecerá sobre cada persona podremos leer su nombre, si es que mis limitaciones informáticas lo han permitido

Descargar foto alumnos Gaona

Otras fotos del evento


 En la fila de delante, de izquierda a derecha, vemos a Antonio Sánchez Muñoz, nuestra profesora Adelaida Samper, Francisco Juárez  y José Antonio Villegas. Detrás, a la izquierda, Daniel Martín Benítez, Director actual del Instituto Nuestra Señora de la Victoria y  en el centro, Juan Krauel Barrionuevo

De izquierda a derecha, Andrés Vázquez Lobato, Carlos Navarrete Trigueros, Antonio García Márquez, José Antonio Villegas Alés, Sebastián Herrera Navas, Miguel Ayllón Barranco, Franscisco García Aguilar, Miguel Valenzuela Martín, Francisco Juárez Higueras y Antonio Sánchez Muñoz.

Todos ellos y algunos más que no asistieron al acto completaron todos los cursos, de 1º a 6º, en este centro.

De izquierda a derecha, Antonio García Máquez, Miguel Ayllón Barranco, José Antonio Villegas Alés y Carlos Navarrete Trigueros

Estos cuatro ex-alumnos, a los que José Antonio Villegas llamaba los "pata negra", estuvieron juntos desde preparatorio para Ingreso hasta completar 6º. La preparación para Ingreso la hicieron en calle Cabello, anexo al Gaona, con don Francisco Quero Ruiz, muy buen profesor según ellos






Promoción 54-60. 50 años más tarde II. Video

 Miguel Marqués Falgueras hizo este vídeo del acto de conmemoración del quincuagésimo aniversario de la graduación de la promoción 54-60, al que ha añadido una bonita introducción.

Este acto, como ya se ha indicado en otras entradas de este blog, tuvo lugar el 20 de Marzo de 2010.



Promoción 54-60. Cincuenta años más tarde III. Discurso de Carlos Navarrete

Reproducimos el texto del discurso que Carlos Navarrete Trigueros pronunció  en el acto de conmemoración del 50º aniversario de nuestra graduación.




Quincuagésimo aniversario de graduación de Bachilleres superiores del
Instituto Nuestra Señora de la Victoria

Estimados profesores, amigos y condiscípulos.
Comienzo agradeciendo al director del Instituto Nuestra Señora de la Victoria su valiosa colaboración para la celebración de este acto.
Nos acompaña María del Mar Reding, viuda de nuestro compañero Ángel Moreno Checa, a la que damos nuestra afectuosa bienvenida.
Hace cincuenta años estábamos aquí, en este Centro, estudiando el sexto curso de bachillerato. Éramos jóvenes y teníamos ilusiones y proyectos.
Pero, ¿qué pasaba a nuestro alrededor en ese curso 1959-60?

En España, se acababa de salir de un largo período de autarquía y aislamiento internacional; la visita de Eisenhower en 1959 rompía esa incomunicación.
Con la puesta en marcha de un plan de estabilización , la liberalización de la economía y la apuesta decidida por el turismo, se abrían las puertas a lo que posteriormente fue el “desarrollismo” económico.
Podríamos decir que, aunque el panorama era sombrío, se vislumbraba el horizonte esperanzador y bonancible que luego disfrutamos.
Pero todavía quedaban muchas secuelas de los años de carencia y de penuria mental que habíamos sufrido.
 En Málaga, el alcalde García Grana trasladó la feria de  agosto desde Martiricos hasta el Parque.
Se inauguró en recinto musical “Eduardo Ocón”.
El C.D. Málaga había descendido a tercera división.
Acababa de celebrarse en la Malagueta un famoso mano a mano entre Ordóñez y Dominguín, donde hubo trofeos por doquier. (Esa temporada los cuñados mantenían un apasionante desafío en los ruedos que relató Hemingway en su famosa novela “Verano sangriento”).
Málaga, que superó en 1960 los 300.000 habitantes, era una ciudad provinciana en la que nos conocíamos todos (al menos de vista), paseábamos calle Larios arriba y abajo y donde empezaban a llegar los primeros turistas a tomar el sol que aquí nos sobraba.
Se abría “Discos Elisia”, sonaban las notas de “Ansiedad”  de Nat King Cole y se inauguró “El boquerón de plata”, donde tomar una cerveza con un cumplido plato de gambas cocidas costaba tres pesetas y diez céntimos.
No había discotecas, pero lo superamos con guateques caseros, con la gente de nuestra pandilla, bailando a los ritmos de “Los cinco latinos”, “Los LLopis”, Elvis Presley y de los italianos Renato Carossone o  Doménico Modugno.
 ¿Y en nuestro Instituto?
Decir en Málaga el Gaona era como decir la Farola, el Parque o el Castillo. Todo el mundo sabía de lo que se estaba hablando.
Tras la guerra civil, el único centro oficial de bachillerato (Instituto Provincial de segunda enseñanza) quedó dividido en uno masculino y otro femenino; el primero denominado “Nuestra Señora de la Victoria” y el segundo fue bautizado en 1957 con el nombre del poeta “Vicente Espinel”.
Aunque esto sea historia, quiero mencionar que el Gaona inicial había sido algo más que un centro de enseñanza en una ciudad no universitaria. De hecho, sus instalaciones contaban –entre otros servicios- con un museo de historia natural y una estación meteorológica. Por este edificio pasaron instituciones como la Escuela Náutica de San Telmo, la Escuela de comercio o la Biblioteca provincial.
Su jardín, del que ahora sólo queda un aguacate de unos 120 años, fue declarado Jardín botánico de Málaga a principios del siglo XIX.
Pero volviendo a nuestro tema recordemos que, durante el curso que nos ocupa, el director del Instituto era don Remigio Sánchez Montero.
El 26 de enero de 1960, fuimos testigos de un acto académico de excepción. Severo Ochoa, ex alumno del Instituto, había recibido en 1959 el premio Nobel de medicina; con tal motivo se organizó, en el patio de columnas, una solemne sesión a la que asistieron las Autoridades de Málaga, catedráticos de la Universidad de Granada, el Claustro de profesores y el alumnado del Centro. Se descubrió una lápida, en la que se recordaba su paso por estas aulas y el impulso que para él representó la enseñanza recibida –en especial- de don Eduardo García Rodeja.
El curso 1960-61 nuestro Instituto fue trasladado a un nuevo edificio situado en Martiricos;  fuimos, por tanto, la última promoción masculina de Bachilleres superiores de calle  Gaona.
¿Y nuestros profesores?
En Málaga, donde no había ni una facultad universitaria y tampoco sobraban Centros de enseñanza oficiales, existían muy pocos catedráticos; eso confería un gran valor a una Cátedra de Instituto. En general, teníamos un plantel de profesores de lujo, de los que dan prestigio a la enseñanza pública pero a los que aún teníamos cierto temor reverencial.
Eran exigentes con nosotros porque, en una época en la que el estudio era casi un privilegio, se valoraba mucho el esfuerzo personal del alumno.
Las asignaturas de sexto de bachillerato nos las explicaron los siguientes profesores: Física, el decano y más emblemático de los catedráticos Eduardo García Rodeja; Lengua y literatura se dividió en dos partes, Elena Villamana se encargó de los comentarios de texto y Adelaida Samper que, afortunadamente nos acompaña hoy, impartió los temas de Lengua y Literatura;  Ángel Blázquez, con su particular estilo, nos detalló la Historia del Arte y de la Cultura; Fulgencio Egea nos introdujo con maestría en los preliminares de la Filosofía; Valentín Aldeanueva, en Matemáticas, se esforzó para que entendiéramos derivadas e integrales; Francisco López Ruiz, de corpulenta figura, enseñó Griego a los de letras; Francisco Báguena, al decir de sus alumnos, hacía del estudio del Latín una actividad soportable; Francisco Javier Miranda –como cada año- Formación del Espíritu Nacional; en Educación física se estrenó con nosotros Miguel Ángel del Pozo y el Padre  Víctor Sánchez que nos dio Religión.
Los que procedíamos de cursos anteriores en este Centro, habíamos tenido otros magníficos profesores que quiero recordar, así: Juan Campal y Juan Cutillas en matemáticas, María Valverde en geografía, Santiago Blanco en ciencias naturales, Francisco Fortuny en inglés, Fernando Casal en francés, Carlos Mielgo y Luis Romero en dibujo, María Godoy en física y química y el padre López Espinosa – que se jubiló ese año- en Religión.
Con la perspectiva de los cincuenta años pasados, que nos permiten apreciar la dimensión real de las cosas, podemos asegurar que adquirimos una deuda de gratitud con quienes nos dieron las primeras armas para enfrentarnos con nuestro futuro profesional y que hoy y aquí reconocemos.
 ¿Y nosotros?
En el curso 59-60 estábamos matriculados en sexto de bachillerato 56 alumnos, Hoy estamos aquí una cuarentena de aquellos chavales; algunos cursamos en este Centro desde primero a sexto de bachillerato, otros se fueron incorporando en sucesivos cursos y los menos llegaron sólo para finalizar el bachillerato superior.
¿Cómo éramos?
Pues éramos un curso corriente, a caballo entre dos promociones muy brillantes, pero… nosotros éramos unos “muchachos normales” que aprobábamos o suspendíamos, nos divertíamos, convivíamos civilizadamente, respetábamos a nuestros profesores y que, posteriormente, nos convertimos en un buen grupo de profesionales, que no nos hemos olvidado del Centro donde nos formamos,
Las horas de recreo estaban “maquiavélicamente” combinadas para que no coincidiéramos en el patio (que era común) con nuestras vecinas del “Vicente Espinel”, era la forma de entender en aquellos tiempos la separación de sexos. Esto no era óbice para citarnos con ellas a la salida de clases y empezar tempranas relaciones, algunas de las cuales se consolidaron con el tiempo.
Aquel curso hicimos dos salidas con nuestros profesores, la primera fue una excursión a Antequera, donde nos empapamos del arte de sus iglesias y conventos; la segunda fue el viaje de fin de bachillerato a Córdoba, acompañados de Eduardo García Rodeja, Elena Villamana y Ángel Blázquez; allí visitamos la ciudad, la Mezquita y Medina Zahara. Y también hubo alguna excursión nocturna sin  tutela.
De aquel grupo, dos de nuestros compañeros destacaron prontamente en otras actividades:
Juan Manuel Pozo de la Torre, que inició su carrera taurina, para convertirse en un novillero puntero, con grandes posibilidades en el arte de los toros.
Rafael Peláez González, buen atleta, que batió el record nacional juvenil de lanzamiento de jabalina con una brillante marca de 47,53 metros.
Creo que hoy es un buen día para todos, un día de recuerdos y nostalgias, porque algunos de nosotros, que compartimos juegos, charlas, buenos y malos ratos y en algunos casos verdadera amistad, nos volvemos a ver después de 50 años sin contacto alguno.
¡Dentro de un rato brindaremos por este reencuentro!
Antes de finalizar quiero agradecer  a José Antonio Villegas su iniciativa para organizar este acto, su trabajo de investigación para localizar a cada uno de nosotros y también por haberme proporcionado datos y anécdotas que conserva en su privilegiada memoria.
Ahora van a dirigirnos unas palabras nuestros profesores:


Adelaida Samper que nos enseñó y soportó en 1º, 3º  y 6º.


Miguel Ángel del Pozo, leonés de nacimiento pero malagueño por vocación, que llegó muy joven a Málaga para dirigir la, entonces recién inaugurada, Ciudad deportiva de Carranque y que debutó con nosotros como profesor de  Educación física.

Muchas gracias.